sábado, 24 de enero de 2009

“Contra Señas”: El mundo es siempre una manera de mirar


Reflexiones en torno a la ascensión de Obama, acompañadas por ecos de Henry David Thoreau (*), Walt Whitman, Martín Luther King y Julio Cortázar


Una ceremonia como la ascensión al poder de un nuevo presidente en Washington, se convierte hoy más que nunca en un hecho global, capaz de ser visto de distintas formas, con distintos grados de nitidez y por supuesto con distintos colores. “El mundo es siempre una manera de mirar”, decía Cortázar. Esto ha sido corroborado de nuevo a raíz de la ascensión al poder de Barack Husseim Obama, el primer afroamericano que gobierna los Estados Unidos.

Y no solo hubo muchos ojos alrededor, sino también mucha lenguas, pulmones, estómagos e hígados. Entre estos últimos el de críticos o “cítricos” que declararon, incluso, la tempana muerte del Obama real y anunciaron su precoz transformación en un mito, para –acto seguido- acusar a la opinión pública y a los medios de comunicación tradicionales, e incluso alternativos, de tener velocidad de cometas para mitificar personajes como el recién estrenado mandatario.

Tanto el creador de la psicología analítica C.G. Jung como el escritor Mark Schorer coinciden en que los mitos forman parte de un inconsciente colectivo, es decir, de la intrahistoria. En este sentido, se convierten en relatos que expresan y responden cuestiones primordiales de la existencia del ser humano en las diversas culturas. Es mito es la palabra que custodia las raíces, el tronco, los árboles y el bosque que habitan en el interior de la mujer y del hombre.

¿No resulta entonces tirado de los pelos decir que el inconsciente colectivo o lo primordial pueden ser consecuencia de la ligereza o de las nuevas costumbres provenientes de estos tiempos? Repito la frase de Cortázar: “el mundo es siempre una manera de mirar”, una entre las múltiples formas de mirar en grupo o en soledad de las que es capaz el ser humano. Por otro lado, ¿mitificar es igual a mito? Mucho apuro y poca reflexión.

Llegado a este punto, quiero seguir hablando de reflexión y ya no de mito, pues en el trayecto recibo varios correos electrónicos, uno de los cuales me envía el poeta y periodista Carlos Orellana, quien el año pasado ganó con el libro “Soñar de ciegos”, el Premio “José Watanabe Varas” de la Asociación Cultural Peruano Japonesa.

“Mis esperanzas, entonces, se acrecientan en el sentido de creer que será un gran líder para el peor momento que vive Estados Unidos y el mundo. Aclaro, desde luego, que no todo poeta es, al margen de lo que escribe, un gran hombre. Hay muchos poetas talentosos, y hasta geniales, que son unos pobres diablos. Obama es, hasta hora, el prospecto de un gran hombre, que escribe además poesía”, dice Orellana, comentando el tema del Obama poeta.

La aclaración que hace es nítida, ser poeta no es garantía de ser un gran hombre, Rilke es genial, pero su inteligencia como padre -por ejemplo- es nula; no estaba preparado para tomar la batuta de una familia o un grupo. Sin embargo, debo decir que una cosa es la poesía, la mirada poética y otra el poeta. Este puede ser un médium y oir la voz de los dioses, pero ser un perfecto sordo frente al mundo.

Entre otras cosas que Carlos me hizo recordar fue la figura de Henry David Thoreau, el notable escritor, y filósofo estadounidense, sobre quien además me ha enviado un poema que forma parte de un nuevo libro en proceso de preparación.

Thoreau proclamó desde su obra “La desobediencia civil” que: “Nunca podrá haber un Estado realmente libre e iluminado hasta que no se reconozca al individuo como poder superior e independiente del que derivan el que a él le cabe y su autoridad, al tiempo que se imagina (sueña con) un Estado que “puede permitirse el ser justo con todos los hombres”.

Ser justo con todos los hombres, como también lo expresa después el grande Martin Luther King, en su célebre (no mitificado) discurso “Tengo un sueño” (1962).

“Cuando los arquitectos de nuestra república –dice Luther King- escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré de que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Y señala despúes que “es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros”.

“Hoy les digo a ustedes, amigos míos –prosigue el líder negro-, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano"... “Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".

Lejos de declaraciones de muerte y juicios que en este momento ni siquiera los futurólogos o los videntes se atreven a emitir, Barack Obama dijo en su discurso de ascensión al mando, algo que lo coloca en línea con Thoreau, pues su validez está en la entrega de la palabra como compromiso, que es lo que en verdad hace la diferencia en los años que corren.

“Seguimos siendo una nación joven, pero, según las palabras de las
Escrituras, ha llegado el momento de dejar de lado los infantilismos. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de firmeza: de elegir nuestra mejor historia; de llevar hacia adelante ese valioso don, esa noble idea que ha pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena”.

“La promesa divina de que todos somos iguales”, palabra dicha, palabra otorgada, “palabra y piedra suelta / no hay vuelta”, reza el dicho. Obama ha resaltado además lo siguiente: Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad. Responsabilidad, compromiso, esa es la diferencia; aún no es tiempo de juzgar ni de construir nuevos mitos ni de jugar a la mitificación.

Es el momento de mirar con ojos de águila o de mosca: desde una distancia incluso mayor que nosotros mismos y con miles de espejos fragmentados, dispuestos a una visión de 180 grados. “Aquila non Capit muscas”, dice el provervio latino, pero no estamos hablando de víctimarios ni de víctimas, de presas grandes ni pequeñas.

Es necesario soñar en grande, para pensar y vivir de esa forma; para poder volar, no hay que cortarse las alas ni odiar al viento; hay que darle oportunidad a la historia, pero sin salvoconductos irrestrictos, sin inmunidades y sin mentiras ni autoestafas. Y entonces con Thoreau recuerdo a Luther King y con ambos al viejo Walt Withman: “¡Oh Capitán, mi capitán! Ha terminado nuestro terrible viaje. / El navío ha salvado todos los escollos; / el precio que buscábamos ha sido ganado” (texto sobre Abraham Lincoln).


*En la foto, Henry David Thoreau.





Poema inédito de Carlos Orellana (Callao, 1950)
(De su libro “La Posible hermosura del mundo”)



YO, HENRY DAVID THOREAU


Creo que antes que súbditos tenemos que ser
hombres.
Henry David Thoreau




Me opongo a la guerra,
No escogí la guerra.
No la escogió ninguno de nosotros,
Nosotros nos llamamos Pueblo,
Ellos se llaman Gobierno.
Ellos escogieron las armas
Cegados por la ambición.
Trizaron la paz,
Modificaron las fronteras
Y pretendieron que la historia
Los perdonara,
Los enzalzara,
Los coronara
Con los laureles
Del Destino Manifiesto.
Dicen ellos,
Los granjeros y los comerciantes del Norte
Que hablan a través de 100 políticos sin alma,
Que la agricultura y el comercio
Prevalecen sobre la humanidad.
Y en consecuencia nada valen,
Ni los esclavos ni Méjico.
Aquí estoy yo, Henry David Thoreau,
En la cárcel,
En el lugar dispuesto por un Gobierno
Injusto para un hombre justo.
Tras estos barrotes no los perdono,
Yo los condeno por siempre.
Hemos roto las carnes de Méjico,
Sustraído parte de ellas.
Nos hemos acostumbrado ya a la sangre y al despojo.
¿Qué haremos dentro de un siglo,
Dentro de dos?
¿Qué clase de bestias imperiales seremos?
Yo soy el pueblo de Washington y de Franklin,
Soy su voz aunque me encierren.
Aunque mi voz no se escuche ahora,
Se escuchará más tarde y por siempre.
¿Quién prevalecerá, señores,
El Pueblo o Ustedes).

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