Una avenida, una banca, un niño sentado que llora. A su lado la gente corre como la lluvia. La ciudad está seca. El pintor recoge cada una de estas imágenes y les otorga un color. En su lienzo imaginario traza la forma de su cuadro ideal. Delinea la noche, la tarde, la mañana que el niño lloró. Se acaba el día. El pintor guarda la vida. Recoge su indumentaria de oficinista y, camino a casa, intenta avanzar en el cuadro que ya empezó a pintar. Llega la casa, el sueño. Comienza el día siguiente. Si lo sorprendiera la muerte, dónde quedaría el cuadro, se pregunta. Hoy comprará un lienzo, unos colores, un verdadero pincel. Al regresar a casa pintará el cuadro. No habrá día siguiente. Estará despierto hasta donde sea necesario estar despierto. Tal vez toda la vida.
(De “Micro Climas”)
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