jueves, 22 de enero de 2009

Poéticamente habita el hombre

Heidegger: la filosofía como crítica literaria


Pudo ser muchos hombres, pero sólo fue Martin Heidegger. Pudo ser un sacerdote católico, un artista ermitaño, un amante a tiempo completo, pero sólo fue él, es decir, un pensador que más allá de su obra cumbre, “El ser y el tiempo” (1927), encontró la forma de habitar el mundo poéticamente.

Después de renunciar al puesto de rector de la universidad de Friburgo –cargo que le fue otorgado por el régimen de Hitler en 1933- este polémico filósofo nacido en Messkirch, Alemania, el 26 de setiembre de 1889, se dedicó a dar forma a un diálogo permanente entre poesía y pensamiento, que según consideraba era el verdadero camino para que el lenguaje filosófico logrará escapar de la cárcel de la metodología, la teoría y la lógica, y contribuyera a que el ser humano se liberará de una existencia inauténtica.

Desde 1936, Martin Heidegger comenzó a dictar conferencias y a escribir ensayos contundentes a partir de la obra de poetas fundamentales, como el austriaco George Trakl y el alemán Friedrich Hölderlin, con cuya obra establece una especie de hermandad a través de la palabra.

Heidegger había leído por primera vez a Hölderlin a sus diecinueve años y desde entonces encontró que sus textos revelaban la esencia del destino del hombre en la tierra. Es a partir de esta concepción que el filósofo pronuncia en el Instituto Italiano di Studi Germanici de Roma una exposición notable sobre “Hölderlin y la esencia de la poesía”, en donde haciendo uso de una nueva manera de hacer crítica literaria, construye con tan sólo analizar cinco frases escritas por el poeta toda una interpretación de la verdad y de la belleza.

Según Heidegger la poesía no toma el lenguaje como un material ya existente, sino que ella misma hace posible el lenguaje. Por eso, señala: “La poesía es el lenguaje primitivo de un pueblo histórico”. Más adelante, en “El origen de la obra de arte”, el filósofo ampliaría esta visión, al afirmar que lo que admitimos como natural es presuntamente, lo consuetudinario de un largo hábito que ha olvidado lo insólito de que se originó, porque “lo insólito –dice- asaltó una vez al hombre como algo extraño, asombrando su pensamiento”. Para el filósofo, la palabra no puede concebirse sin el hecho previo que le dio nacimiento y, por esta misma razón, hay que volver al comienzo para encontrar la verdad.

Durante sus años difíciles, en los que tuvo que dar cuenta de su adhesión apresurada al nazismo, el filósofo que dijo: “caminos y no obras”, se aferró a la poesía como única vía para protegerse de “la noche sagrada de la locura”. Ni el amor infinito que sentía por su ex alumna, Hanna Arendt, podía salvarlo. Ella, como muchos de sus contemporáneos también entonces lo juzgaba. El perdón, no llegaría sino años después cuando la dimensión del filósofo trascendiera las equivocaciones del militante.

El que le manifestó a Karl Jaspers, su compañero en la filosofía: “Hay que adherirse a la causa nazista”, le confesó en 1950 que soñó políticamente y que por eso se equivocó. Y es que Heidegger, que podía ver la amplitud extraordinaria de un bosque y a la vez cada árbol que formaba parte de éste, era incapaz de determinar la distancia que existía entre un árbol y otro. Podía ver el horizonte y aquello que estaba cerca de él, pero no lo que estaba en medio, como la política.

Esto explica por qué se dedicó al estudio sagrado de la poesía para dar forma a su pensamiento. La poesía permite visionar, es decir, ver más lejos de las limitaciones de la realidad e instalarse en el futuro y hace posible también la determinación de aquello que da origen a las cosas al momento de nombrarlas.

“El diálogo entre pensamiento y poesía evoca la esencia del habla para que los mortales puedan aprender de nuevo a habitar el habla”, escribió Heidegger en “Una dilucidación de la poesía de Georg Tralk”. Y en esa dirección anduvo, transitando hacia sí mismo y hacia todos los hombres, antes de morir en el mismo pueblo donde vino al mundo, entre el lago Constanza y el Alto Danubio, el 26 de mayo de 1976.


(De "Contra Señas")



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