lunes, 19 de enero de 2009

El más raro de todos

Rubén Darío como crítico literario


“Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores”, fue la respuesta que le dio a Rubén Darío el presidente del congreso de Nicaragua, en 1882, luego de que éste leyera un poema titulado “El libro”, a través del cual dejaba traslucir su pensamiento liberal, no obstante que su intención era lograr precisamente lo contrario: convencer a las autoridades del gobierno conservador de aquel entonces que poseía un extraordinario talento para merecer una beca de estudios literarios en el viejo continente.

La equivocación no estaba en el poema que había leído sino en el espíritu del autor, quien no había asumido hasta ese momento su condición de raro, de singular, de extravagante. La verdad era esa y no la que pensaba él. Su propia poesía se había encargado de mostrárselo, incluso para sorpresa suya.

Lo raro en Darío sería en adelante no sólo una característica suya, sino también una obsesión llena de hallazgos y extravíos, que tendría su comienzo en una serie de artículos de crítica literaria que escribiría para el diario La Nación de Buenos Aires, a partir de 1893.

Tres años después estos textos que hablan de obras y de vidas insulares, rebeldes, fuera del orden establecido y la retórica preponderante, serían recogidos en un libro que debatiéndose entre la vida y la muerte, el cielo y el averno, la lucidez y la neblina, contendría toda su visión del arte. El libro se llama, precisamente, “Los raros”.

Todo lo que Darío fue se encuentra recogido allí, a través de otros artistas. Es su mosaico propio, su espejo astillado. En páginas plenas de emoción y de entrega, que junto con la perspicacia del poeta le permiten explorar regiones extrañas y descubrirlas como una auténtica visión, el poeta transita los caminos de Leconte de Lisle, Paul Verlaine, León Bloy, Edgar Allan Poe, José Martí y El Conde de Lautreamont, entre otros.

De Isadore Ducase, el Conde de Lautremont dice, como una provación a la lectura de los Cantos de Maldoror: “No sería prudente a los espíritus jóvenes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarría literaria, o gusto de un manjar nuevo. Hay un juicioso consejo de la kabala: ‘No hay que jugar al espectro, porque se llega a serlo’: y si existe autor peligroso a este respecto, es el conde de Lautreamont”.

Darío jugó a ser raro y llegó a ser más raro de lo que ya era. Raro, que según el diccionario de la lengua española es sinónimo de extraño, es decir, lo que habitualmente se entiende por no familiar, lo que no agrada, algo que más bien pesa o inquieta. Extraño, que sin embargo en alemán antiguo es “fram”, que significa hacia delante a otra parte, de camino a, hacia delante al encuentro de lo previamente reservado, como lo recuerda Martin Heidegger, quien señala: Lo que es extraño camina hacia delante. Pero no va errabundo carente de toda determinación. Lo extraño anda buscando el lugar en que podrá permanecer tanto caminante. Lo extraño sigue la llamada que apenas le es desvelada y que lo encamina a su ser propio.

Darío fue, pues, un extraño. Juntó a todos los extraños que conoció en su camino y se volvió en el más extraño de todos. Quien tuvo que enfrentar su condición de pobre, mestizo y sudamericano en un mundo regido por la riqueza, el racismo y el elitismo europeo, tuvo la suficiente fuerza para reconocerse raro y partir de ello, mostrar su singularidad, su voz propia. Darío no sólo creó una escuela, el modernismo, sino una forma de ver el mundo, pero en toda su dimensión, en todos sus continentes. Después de Darío lo raro es un privilegio y no un lastre, es una verdad y no una mentira. Es el derecho a ser, a sentir, a pensar como sólo uno mismo es capaz de hacerlo.

Tan “bello como el encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de operaciones”. Verso de Lautremont, cuya primera traducción entre nosotros la hizo el propio Darío, en Los Raros, publicado en los talleres “La Vasconia”, Buenos Aires, 1896.



* Rubén Darío (Nicaragua) nació en Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, el 18 de enero de 1867 y murió en León el 6 de febrero de 1916


(De Contra Señas)




El poeta argentino Juan Gelman lee a Rubén Darío

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