miércoles, 14 de enero de 2009

El cazador de muertos

El hombre de anteojos plateados examina detenidamente la imagen de una mujer desnuda y sin rostro en una especie de extraño catálogo de cuerpos. Siente que su corazón palpita ahora más allá de la realidad. Afuera, mientras pasa una por una las hojas del catálogo, el sol se va hundiendo en el mar como un largo y lento bostezo. Aquí adentro en la cafetería, justo en la mesa del costado, un padre y un hijo están observando al hombre de la misma dulce forma con que a veces se mira a la muerte.

Esta representación de la muerte -que está junto a ellos de perfil, sorbiendo un café más raro aún, más irreal, y por lo tanto más humano- está mirando con poderoso interés una imagen que ni el padre ni el hijo comprenden.

El hijo escucha hablar al padre. Todavía falta una hora para que ella llegue y dé sentido a la escena. Esperan una respuesta. El padre habla y el hijo considera que su voz tiene un propósito que sobrepasa los límites del encuentro. Por primera vez estarán el padre el hijo y ella, y ella tendrá que dar una respuesta definitiva. La voz de mi papá es hermosa, -piensa el hijo-, no importa lo que diga. Eso es otra cosa.

La tarde se diluye por la ventana o la ventana se diluye a través de la tarde. Vuelan las últimas aves del acantilado sobre los techos modernos de los restaurantes recién inaugurados. Sólo en este café hay paz, no es como otros -piensa el hijo-, pero no es un sentimiento suyo: es en realidad el sentimiento intolerante de su padre transmitido por herencia. Mémesis. La tarde se diluye como un río o como una raspadilla y penetra por debajo de la puerta hasta mojar de sombra las sillas en las que padre e hijo se miran ahora en silencio.

Sentado, aquí adentro, la muerte se va apoderando paulatinamente del hombre de anteojos plateados: eso siente el padre, eso siente el hijo. Juntos miran, claramente, el extraño catálogo de fotografías que está junto a ellos y que él manipula con pausa: una página tras otra de mujeres desnudas y sin rostro, abandonadas o encontradas sobre algún piso de la historia. Eso miran. Eso están mirando ahora.

Hasta que al fin aparece ella, con rostro. También está desnuda y muerta, una foto más en el catálogo.


(De “Microclimas”)

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