Esta mañana empezó con el ruido del teléfono. El sueño que tanto había esperado, terminó de pronto, con un amargo sabor en la boca. Al otro lado de la línea contestó un suspiro y el viejo sintío que allí continuaba su sueño. Pero no. Ahora está caminando por la azotea, como si buscara algo entre el sucio desorden del suelo. El viejo sabe moverse libremente en ese espacio neutro, sin reproches; apoyado simplemente en sus pasos que casi se detienen, casi avanzan, casi tropiezan, con él. Una mujer aparece en escena.
Desde aquí, es imposible estar seguro si se trata de su mujer o de su hija. Una sombra impertinente en los quehaceres del viejo. Me pregunto de dónde vendrá. Hasta este momento, sólo estaba la azotea (el viejo y la azotea son una misma visión). Pero de pronto apareció la sombra. Yo debería saberlo, yo no debería dudar. Su mujer murió hace años y su hija, solamente su hija podría ser. Pero no. Tampoco podría ser otra persona. Nadie ha entrado en esa casa hace días. Estoy seguro. Además, he visto salir a la hija temprano en la mañana. No estoy seguro. Tal vez podría ser otra persona. Pero la sombra no puede ser más que la mujer o la hija. La hija no es, no ha regresado aún. Toda la mañana he estado aquí, estoy seguro. Ahora ya no hay nadie. Viejo, azotea, mujer; me pregunto en qué momento se han marchado. Por un instante el viejo regresa. Creo que está buscando algo. Creo que está buscando desesperadamente algo. Lo encuentra. No sé qué es. Veo su espalda (pesada y a la vez ausente). Entra a la casa, desaparece. Golpes, golpes cada vez más fuertes. Alguien gime. Luego, hay un grito desgarrador, agónico. El viejo vuelve a su rutina. Está tranquilo, normal, demasiado cómplice de sí mismo. Abajo la gente ha salido a sus puertas. Todos miran hacia la azotea. El viejo los ignora, parece un árbol que se mueve. Parece el rostro de un árbol que se mueve, burlón y sin permiso, en este anochecer sobresaltado. Otra vez no hay nadie en la azotea. La calle vuelve a estar sola. ¿Quién era esa sombra? ¿Era la mujer o la hija? No lo sé. Quizás nunca lo sabré. En la calle, aparece la hija. Creo que está nerviosa y asustada. ¿Alguien la habrá llamado por teléfono? ¿Alguien la habrá advertido de los gritos? Busca insistentemente la llave de la puerta. No la encuentra. Dejo de mirar. Me restrego los ojos y los párpados. Vuelvo a mirar por mi ventana. La hija sigue buscando insistentemente la llave. Un momento después el viejo le abre la puerta. Le sonríe. Indiferente y tranquilo le sonríe. En verdad, no parece estar sonriéndole a alguien.
(De "Microclimas")
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