martes, 10 de noviembre de 2009
EDUARDO CHIRINOS: DOS POEMAS DEL LIBRO GANADOR DEL PREMIO GENERACIÓN DEL 27
La semana pasada, exactamente el jueves 5 de noviembre, llegó de España una muy buena noticia para el Perú: con el poemario Mientras el lobo está, el poeta y escritor nacional Eduardo Chirinos Arrieta ganó la XII versión del prestigioso Premio Internacional de Poesía Generación del 27, dotado con 20 mil euros y la publicación de la obra.
El poeta Manuel Caballero Bonald, presidente del jurado, dijo al anunciar el fallo del concurso que este libro trae una nueva savia léxica, sobre todo, a la trayectoria del premio, y tiene también un tono y una forma de traspasar la experiencia vivida a la experiencia del lenguaje que resulta desde el primer momento muy atractiva. Agregó que del ganador del premio convocado por el Centro Cultural de la Generación del 27, con sede en Málaga (sur de España), le llamó la atención la reflexión del lenguaje y que sondea en las posibilidades expresivas de la lengua, que es lo que a él -dijo- más le interesa en la poesía.
Aurora Luque, directora del Centro de la Generación del 27 sostuvo que en el poemario le sorprenden las ideas germinales que el poeta utiliza para construir los poemas, que son muy buenas ideas de partida y destacó la sorprendente resolución formal de los textos.
Eduardo Chirinos nació en 1960 en Lima y forma parte de la denominada generación de los ochenta, al lado de Magdalena Chocano, Rocío Silva Santisteban, Luz María Sarria, Mariela Dreyfus, Róger Santiváñez, José Antonio Mazzotti, Domingo de Ramos y Jorge Frisancho, entre otros destacados vates. Vive en Missoula (Estados Unidos) y es profesor de Literatura Hispanoamericana y Española en la Universidad de Montana.
En 1981 publicó Cuadernos de Horacio Morell, Crónicas de un ocioso en 1983,Archivo de huellas digitales en 1985 y Rituales del conocimiento y del sueño en 1987, entre otros libros. Es, además ensayista y traductor. Son notables las traducciones de las obras de Mark Strand (Sólo una canción, 2004) y Louise Glück (El iris salvaje, 2006).
DOS POEMAS DE
MIENTRAS EL LOBO ESTÁ
Círculos cerrados
CON LOS años uno espera que los círculos
se cierren. Una noche sin dormir puede ser
la clave, un simple descuido y todo empieza
a encajar: el azul se reconcilia con el rojo,
el rencor infantil con el amor correspondido,
el antiguo desdén con la más loca pasión.
Los círculos sonríen y giran como aspas
sin esperar respuesta. Pero la pasión
reclama su veneno, el rojo hace lo suyo
y el rencor infantil asoma con crudeza, justo
cuando nos alegrábamos de llegar a viejos.
Ah, los círculos cerrados. Ellos se dibujan
en la frente, se hunden en la carne y brillan
como el aura de los santos en las viejas
pinturas. A menudo veo círculos cerrados.
Me inquieta su vana geometría, su terca y
vacilante redondez. De nada sirve abrir los ojos,
afilar las puntas. Ellos actúan por su cuenta,
les somos tan indiferentes. Todos esperamos
que los círculos se cierren. Ellos nos ahogan
cada noche. Y al día siguiente nos rescatan.
Los vencejos se aparean en el aire
A VECES me río. No puedo contra eso. Me río
como si nadie me observara, como si el sistema
nervioso me dijera ríete y no tuviera más que
obedecer. Lágrimas. Por supuesto hay lágrimas.
Y música, como latigazos en la espina dorsal.
¿Dije «latigazos en la espina dorsal»? Intento
explicar lo que nadie pidió que le explicara.
El caso es que se sigue repitiendo. Lo oscuro
huye, cede a su pasión por lo más claro. Sé de
memoria el recorrido: la sordera de siempre,
el cerrojo, la risa inevitable. Al revés también
ocurre: lo claro brilla y brilla hasta aguzar el
oído, la insoportable tempestad de agujas.
Apago entonces cualquier lámpara, me hundo
irremediablemente en el silencio. De pasar
pasan cosas: un ángel apoya su sien contra
la mía y canta la canción que ignoro, un niño
señala el paisaje con el dedo y debo adivinarle
la tonada. Siempre hay una tonada. No sabría
explicar de dónde viene. Son colores fríos.
Vencejos que se aparean en el aire. Vientos.
Y unas ganas tremendas de reírse.
*La foto pertenece a la fotógrafa peruana Pilar Pedraza.
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