sábado, 21 de febrero de 2009
PENSAR CON TODO EL CUERPO
Este año se cumplen ciento veinte años del nacimiento de Ludwig Wittgenstein, quien dedicó su vida a reflexionar sobre el lenguaje, y revoluciónó la forma de ver y expresar al mundo.
“¡Nunca antes he visto pensar a una persona!", exclamó desconcertado un joven filósofo luego de salir de una de las conferencias que Ludwig Wittgenstein dictaba a un pequeño círculo de alumnos en la universidad de Cambridge. Y es que dicen que este extraño personaje, nacido en Viena el 26 de abril de 1889, no sólo pensaba en voz alta sino que lo hacía con todo el cuerpo. Recostado sobre el piso y contemplando infinitamente el cielorraso, mientras desarrollaba un tema, creaba mediante gestos y palabras decisivas, una forma de comunicación que más allá de un carácter histriónico, hacía emerger un lenguaje con las dudas, las certezas, el dolor y la alegría que sólo se asemejan al nacimiento de un nuevo ser.
Wittgenstein concebía la filosofía como praxis analítica y crítica del lenguaje, como un estilo de vida y una visión del mundo. Para él se trataba de la búsqueda de la claridad en medio de las sombras enfermas del lenguaje, porque consideraba que lo importante no era hacer filosofía, sino filosofar. Y a ello dedicó toda su vida.
Proveniente de un hogar de clase alta, su destino parecía estar signado por el mundo de los negocios. Su padre era uno de los empresarios más ricos de su país y pretendía que sus hijos –Ludwig Wittgenstein era el menor de ocho hermanos- se dedicaran a cuidar y aumentar el poder económico de la familia. Raro, desde siempre, el filósofo transitaría, sin embargo, un camino distinto y tendría el coraje de asumir su propia historia, con todo el peso y el peligro que eso significaba.
Tras una lucha por dedicarse a la música se vio obligado a abandonar sus cualidades artísticas, pero tuvo más tarde la determinación de dejar a un lado la carrera de ingeniero para estudiar filosofía. Y luego, al explotar la primera guerra mundial, se enroló en las filas del ejército para poner a prueba su carácter. Fue el comienzo de una vida que en adelante tendría al estoicismo como su principio rector. En un campo italiano de prisioneros de guerra, pudo vencer las carencias que le imponía la realidad para escribir la primera de sus dos obras fundamentales: “El tractatus”. Aprovechando la escasa paz que su circunstancia le deparaba comenzó a dar forma a sus pensamientos, a su auténtica visión del mundo. Labró en un campo seco y a fuerza de hacerlo, hizo brotar allí, en medio de la oscuridad, la claridad de sus ideas. Terminada la guerra, el resultado de sus pensamientos vería la luz, primero en una revista, y luego bajo la forma de libro, precisamente en un año mágico, 1922.
Ese año -en el que también aparecieron otras obras fundamentales como el Ulises de Joyce, Trilce de Vallejo, Tierra Baldía de T.S. Eliot y muchas más- fue publicado como libro, en Inglaterra, “El tractatus”. A través de un pequeño ámbito de 20 mil palabras intentó resolver los problemas cardinales de la filosofía.
"El Tractatus" puede resumirse en lo siguiente. “Todo lo que puede ser pensado puede ser pensado claramente. Todo lo que puede ser expresado en palabras puede ser expresado claramente”: “El mundo se divide en hechos”. Y es que Wittgenstein consideró que lo importante era el lenguaje de los hechos, el que es susceptible de ser expresado, y para trazar este mapa de la realidad se basó en la lógica, a partir de la cual señaló que una proposición lógica y lo que describe tienen la misma forma, y que por eso una proposición es la imagen del mundo, el lenguaje sólo es posible en cuanto puede expresar algo, lo que no se expresa no existe.
Contradictoriamente, el filósofo consideraba que lo más importante de su libro era lo que no decía. Y esta semilla sería más tarde la base de su segundo libro fundamental, “Estudios filosóficos”, obra que lamentablemente el autor no llegó a ver publicada.
En sus "Estudios Filosóficos", Wittgenstein se sale de la rigidez de “El tractatus”, en el que considera que existe un único mapa del lenguaje, para abrirse a un espacio más amplio en el que pueden coexistir muchos mapas, sólo identificables mediante lo que él llama los “juegos del lenguaje”. Estos juegos son múltiples y cada uno de ellos sólo tiene un sentido justo, cuando se aplica a una determinada situación humana.
“Nuestro lenguaje –dice el filósofo- puede ser considerado como una ciudad antigua: un laberinto de pequeñas calles y plazas, de casas nuevas y viejas, y casas con agregados de distintos periodos; y todo esto rodeado por una multitud de barrios nuevos con calles regulares y con casas uniformes”. En pocas palabras, nuestro lenguaje es un laberinto por el que hay que saber desplazarse a través de las palabras para encontrar la salida de la comunicación.
Por ello, es muy importante considerar esa “forma de vida” a la que Wittgenstein se había referido antes de sus estudios filosóficos, en su denominado “Cuaderno Azul”: “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida (…) hablar de un lenguaje es participar de una forma de vida con un determinado modo de pensar y vivir. La “forma de vida” como actitud fundamental de la persona que habla, está implicada en el uso del lenguaje”.
El lenguaje tiene muchos mapas, porque hay muchas formas de vida. Para comunicarse el ser humano no pude pensar su vida en soledad sino en convivencia, y tiene que jugar para encontrar el modo eficaz de transmitir una idea, un sentimiento, una parte de su existencia. Una dinámica de viento nos habita. En el laberinto plano del desierto con sus palmeras advenedizas o en las extensas, enigmáticas o nítidas bifurcaciones de los cerros, los caminos y las estaciones. Tanto interna como externamente, todo eso nos domina y debemos dominar en parte para poder realizarnos a través del lenguaje. Intentos permanentes de libertad para expresar nuestro ser.
Después de una serie de encuentros y desencuentros, hallazgos y extravíos, el hombre que en “El tractatus” escribió: “Todo lo que puede ser expresado en palabras, puede ser expresado claramente”, fue capaz de lanzar al mundo un último y definitivo mensaje, antes de morir en Inglaterra el 29 de abril de 1951: “Díganle a todos que he tenido una vida maravillosa”.
(De "Contra Señas")
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