jueves, 26 de febrero de 2009

Sylvia Plath: MÁS ALLÁ DEL DOLOR

Siempre que se habla de Sylvia Plath se alude de forma invariable a su suicidio y a su relación permanente con el dolor. Nunca a su actitud frente a la poesía, que fue su auténtica forma de vivir. A más de cuarenta y cinco años de su partida, su poesía sigue triunfando sobre la muerte.



En octubre de 1962, Sylvia Plath vive circunstancias especialmente dolorosas. A su aparente divorcio de la vida se suma la ruptura de su matrimonio con el poeta inglés Ted Hughes. Quedan con ella sus hijos, su amor, su casa. Pero también está a su lado una vieja y definitiva compañera: la muerte.

Se siente indefensa contra esta presencia. Las emociones la golpean desbocadas como piedras materializadas por la soledad. Sin embargo, en esta época es que Silvia da a luz la mayor parte de los poemas de su libro “Ariel”, considerado por la crítica como su aporte más contundente a la poesía mundial del siglo XX.

En una de las cartas que escribe a su madre, la poeta estadounidense, nacida el 27 de octubre de 1932, dice: “Todos los días, cuando se me pasan los efectos de las pastillas de dormir, me levanto a eso de las cinco, me instalo en el estudio con un café y escribo desaforadamente; cada día antes del desayuno he terminado un poema. Todos poemas para un libro. Una cosa tremenda, como si la domesticidad me hubiese asfixiado”.

Expuesta a la fragilidad a la que la sometían los acontecimientos y a su particular fragilidad de poeta, Sylvia vive sin embargo el mayor de los sucesos. La intensidad abre todos sus nudos. Se desata incontrolablemente la poesía. De octubre de 1962 a febrero de 1963, es poseida por una incontrolable fiebre creativa, semejante a la que sintieran en su tiempo Rainer María Rilke, cuando en su torre de alucinado escribió de modo simultáneo “Las elegías de Duino” y “Los sonetos de Orfeo”, o César Vallejo durante el proceso de creación de su mayor libro, “Poemas Humanos”.

La poeta ha superado su circunstancia, su ego, para abrir paso a la voz de la poesía. Porque para Silvia Plath la poesía como catarsis –en tanto que evacuación espiritual- no existe. No existe catarsis espiritual. La catarsis no es poesía. Es aquí donde la poeta pone a prueba su grandeza para elevarse sobre ella y escribir sobre su propio dolor: “Sea este ojo águila; / un abismo la sombra de este labio” (Gulliver) o “Blanca/Godiva, / me despojo / de manos muertas y muertos aprietos. // Y ahora me hago espuma de trigo, centelleo de mares” (Ariel).

Sí, en verdad está poseída por la fuerza de la creación y con ella se sobrepone a sus disturbios interiores. Desde esa necesaria distancia aborda mediante la escritura la revelación de lo presente. Así, el poema es lo presente que describe lo pasado, porque sólo lo que ha pasado es distante, lo que podemos ver desde lejos; o lo futuro -que es también la visión de lo distante-.

El poema, entonces, es lo que se vive a través de lo que se está viviendo o lo que se vivirá, aunque estos dos aspectos sean la materia prima del poema. El poema es el presente que se construye desde el pasado o desde el futuro. Sylvia se depoja de la vida para dejar sólo ecos y palabras: “Hachas / a cuyo golpe la madera resuena, / ¡y los ecos! / Ecos que se desplazan / desde el centro como caballos” (Palabras).

Hermana de Stephan Mallarmé, la poeta parece repetir lo que aquel le dijo cierta vez a Degas para deslindar cualquier intento de atribuirle una importancia desmedida a cualquier elementos extrapoético: “Sabe usted, diga lo que digan, la poesía se escribe con palabras”. Porque si hay un cuerpo que realmente importa a la poesía es el lenguaje, el verdadero cuerpo que se entrega íntegro al camino desconocido del lector. Cuerpo de palabras.

Sólo de esta forma, Sylvia Plath hace que el pasado se vuelva presente y el futuro también. Pues si el pasado se volviese pasado, no habría poesía; y lo mismo pasaría con el futuro. No se puede escribir desde el dolor mismo, hay que distanciarse del dolor o hay que pre-sentirlo. Y aunque se escriba sobre un dolor ya pasado, siempre será otro dolor, el dolor poético, no el dolor del poeta. El dolor del poeta no es poesía. El dolor del poema, sí.

“La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo
muerto muestra la sonrisa de la realización”
(...)
“sus pies
desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó”.
(Filo).

Sylvia Plath trascendió el dolor y no se ahogó en él. No escribió un diario sobre su tragedia, porque un libro de poemas escrito desde el dolor del poeta es sólo un diario traicionado.



La voz en poesía





DADDY

Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.

Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.

Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.

En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.

Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.

Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje

Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.

Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.

Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...

No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.

De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.

Que puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.

Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.

Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.


He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.

Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.

(Sylvia Plath)

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