lunes, 2 de febrero de 2009
La vida a pedazos
El “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa
En una carta escrita en 1914 a su amigo Armando Cortes-Rodriguez, Fernando Pessoa le confiesa: “Mi estado de espíritu me obliga ahora a trabajar mucho sin querer, en el “Libro del desasosiego”, pero todo es fragmentos, fragmentos, fragmentos”. Lo que en ese momento es para el poeta un síntoma de imposibilidad para construir un discurso lineal e integrador de la realidad se constituiría con el devenir de los años en una de las mayores aventuras totalizadoras de la literatura del siglo XX.
Nacido en Lisboa en 1988, Pessoa es el autor portugués más importante del siglo pasado. En una especie de ausencia voluntaria apenas llegó a publicar una ínfima parte de su obra, la que luego alcanzó renombre universal tras su muerte ocurrida en 1935, cuando tenía 47 años.
En vida, Pessoa nunca fue considerado un escritor en el estricto sentido de la palabra. Era un ser esencialmente solitario, incluso a pesar suyo. Sólo se le conoce un amor, Ofelia, con quien nunca llegó a formalizar una relación; no se casó, no dejó descendientes, bienes ni testamento; no tuvo casa propia ni diploma alguno; no tuvo filiación política o religiosa, y trabajó toda su vida como traductor de cartas comerciales en empleos nada perdurables.
Un baúl secreto, cuidadosamente dispuesto y ordenado por el autor, fue el lugar elegido por este para guardar aquellas las luces memorables que años más tarde alumbrarían los territorios de la poesía. Como en una especie de teatro de personajes secretos, estaban allí presentes, esperando el momento de darse a conocer al mundo, sus famosos heterónimos: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis, escritores salidos de la mente y el corazón de Pessoa, pero con una vida y una visión de la existencia diferentes, casi opuestas a las de su creador.
Para Pessoa, una obra heterónima es la de un autor fuera de su persona, en la que el personaje tiene una personalidad diferente a la de éste y que forma parte de una forma de drama: “un drama en gente en vez de actos”, según escribió el propio poeta. Pessoa vivía mirando pasar la vida y al hacerlo construía mundos paralelos en los cuales lo que no existe es lo que realmente tiene vida; aparece, se perpetúa, desaparece para estar presente en el texto.
Todos sus heterónimos fueron poetas singulares. Caiero, de Campos y Reis tienen existencia propia, al margen de Pessoa, incluso son superiores a los poemas que su autor publicó alcanzó a publicar con su propio nombre. Pero hay uno, a quien llamó un “semi-heterónimo” que casi es el mismo Pessoa y por igual motivo es lo que el poeta nunca pudo controlar, como sí lo hizo con sus auténticos heterónimos: Bernardo Soares, un tenedor de libros que, sobrepasando los límites que su creador le imponía, fue primero su discípulo para luego convertirse en su auténtico maestro.
Bernardo Soares constituye el alter ego de Fernando Pessoa y al mismo tiempo su obra cumbre, la que discurre libremente más allá de las supuestas posibilidades del autor y toma de él los caminos que este ni siquiera es capaz de imaginar. Soares es el que escribe la obra cumbre, el “Libro del desasosiego” y lleva a su autor por los pedazos, las astillas, los vestigios de un sueño que sólo Soares era capaz de soñar: el sueño de Pessoa, que es al mismo tiempo el sueño de nadie y, por eso mismo, el de todos.
El “Libro del desasosiego” constituye una forma de atrapar la realidad y trascenderla a través de fragmentos, fragmentos que son semillas sembradas en un campo fértil y que crecen en la vida como árboles auténticos, para retratar la vastedad de un bosque: el mundo.
“En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi autobiografía sin hechos, mi historia sin vida. Son mis confesiones y si en ellos nada digo, es que nada tengo que decir”, escribió el poeta.
Más allá de las determinaciones de Pessoa –siempre dispuesto a trazar un esquema sistemático de la existencia- el “Libro del desasosiego” representa aquello que como la vida tiene un camino que en verdad no lo tiene y como tal está constituido por múltiples rostros, voces, paisajes, en fin por sentimientos que se desatan porque al hacerlo encuentran la única forma de estar juntos, reunidos en un espacio en el que confluyen todos los seres humanos, como si un fuego (juego) verbal lo convocase en torno a su propia vida: seres que por fin han hallado su verdadero rostro y que ahora tienen la posibilidad de mirarse, de ser mirados y de mirar a los otros como si fuera realmente la primera vez.
(De "Contra Señas)
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