sábado, 12 de diciembre de 2009

Libro de los muchachos chinos de Julio Heredia cumple veinte años



Presentaron segunda edición en la Feria del Libro Ricardo Palma

“Cuando el hombre pierde su capacidad de entender la poesía, entonces deja de serlo”. Con estas palabras contundentes el maestro David Kamt, quien además de especialista en terapia china es un artista de los ideogramas comenzó su intervención para comentar el Libro de los muchachos chinos del poeta peruano Julio Heredia (Lima 1959), cuya segunda edición se presentó en la Feria Ricardo Palma 2009 el pasado 8 de diciembre, luego de veinte años de publicada la primera en el año 1989 por el Comité Killka. Kamt ha sido el encargado de ilustrar esta impecable y bella edición de Lustra Editores. A través del ideograma de la primavera como motivo central de la portada ha buscado interpretar el sentido del libro, que es algo así como la estación del despertar, la efervescencia y la vida que transita por las rutas del amor y la felicidad.


Fue una mesa de lujo en una noche mágica, antes habían hablado el editor Víctor Ruiz de Velasco y el notable Oswaldo Reynoso quien dio fe de su admiración por la obra de Julio Heredia, a quien conoció de referencia por palabras del notable poeta Juan Gonzalo Rose. A riesgo de que pueda ser o parecer un post largo, creo que la publicación lo amerita. Son dos décadas de una obra que está más viva que nunca, escrita por un poeta que ahora tiene el doble de la edad, pero que conserva la intensidad y la altura de entonces y de siempre. A continuación el texto completo de Oswaldo Reynoso. Luego los poemas A mi hermano Miguel Portugal y He Chingyü, que Julio leyó en público el día del evento.


UN NOMBRE DE POETA

Por: Oswaldo Reynoso

La primera vez que escuché pronunciar el nombre de Julio Heredia fue en los labios del gran Juan Gonzalo Rose. Eran los inicios de la década de los 80, cuando yo trabajaba en Pekín y empleaba mis vacaciones para venir al Perú a departir con la familia y los amigos. Había en ese entonces entre los jirones Carabaya y Cueva, en plena esquina, desde donde antes partían los tranvías, el amplio restaurante de un japonés. Durante mis permanencias en Lima iba allí religiosamente los días miércoles, después del mediodía, para encontrarme y conversar con Rose, con Hugo Bravo y con Víctor Humareda. Bravo era un cultísimo periodista que tenía una página miscelánica en el suplemento dominical de El Comercio dedicada a sus dos pasiones, el fútbol y la literatura. Desgraciadamente Hugo no escribió pero llamó la atención sobre muchos nuevos talentos. Yo bebía cerveza, Juan Gonzalo trago corto; Bravo, sólo café porque entonces ya estaba un poco enfermo; y Humareda, el mítico pintor, un mate de anís o de alguna otra hierba. No bebía Víctor, por eso siempre me extrañó que la gente lo percibiera como ebrio. Nos quedábamos allí hasta las 4 ó 5 de la tarde en que ellos volvían a sus casas y yo me iba al Palermo, donde me quedaba hasta la madrugada.

Precisamente uno de esos miércoles apareció por allí Julito −Yamashiro creo que se apellidaba− cuya familia había sido dueña del bar Palermo. Dirigiéndose a Juan Gonzalo le dijo: “aquí te traigo tus zapatos, ya les pusieron mediasuela”. Me impresionó ver la dedicación que este muchacho le dispensaba al poeta. Fue en aquella ocasión en que Juan Gonzalo me preguntó si conocía a Julio Heredia, quien era posiblemente, según él, el mejor poeta y escritor surgido en esos años. Le respondí que no, que mi desvinculación al país me hacía ignorar la actualidad literaria. Entonces me contó que Julio dirigía el suplemento dominical del diario El Observador y que le había hecho hace algunos meses una entrevista impactante por la gran inteligencia y sutileza de sus preguntas.

Un par de años después, estando yo en la sección de español de la oficina de Noticias internas de China para el exterior de la Agencia Xinhua, en Pekín, me dijeron que llegaría del Perú a trabajar con nosotros un periodista llamado Julio Heredia y me preguntaron si lo conocía. Respondí que no había tenido la oportunidad de conocerlo personalmente pero que tenía las mejores referencias de él de quien había sido y era uno de los más importantes poetas peruanos. Y a las pocas semanas desembarcó Julio en China sorprendiéndome que fuera tan joven. Sin embargo al poco tiempo me sorprendería también que estuviera tan capacitado a su edad para realizar un trabajo de tanta responsabilidad, pues nosotros realizábamos la corrección de estilo en español de las informaciones que las autoridades de ese país enviaban al mundo entero y cualquier desliz podía comprometer la política del Estado chino. Como especialistas teníamos también la misión de dar sentido social a los términos utilizados por un equipo de traductores chinos que, aunque acuciosos, no estaban en capacidad de conocer el valor contextual de los giros y palabras. Así, recuerdo, por ejemplo, que alguna vez un especialista dejó pasar la frase “revolución permanente” en un escrito de Mao, que era la traducción literal y correcta que había hecho un traductor chino, pero que no era la adecuada al corresponder ideológicamente al trotskismo, y eso creó confusiones y molestias. En otra ocasión, cuando estaba de visita oficial el presidente de México, el traductor local puso que “se le había recibido entonando la famosa canción Firmamento bonito”, refiriéndose −obvio para el experto− a Cielito lindo. Quiere decir que no éramos simples correctores y puedo afirmar que en los años que Julio desempeñó esa función lo hizo admirablemente y no como ese señor que metió a los chinos en un tremendo lío con los seguidores de Trotsky.

Al año siguiente yo decidí regresar al Perú cuando Julio tenía aún su contrato vigente. El joven poeta estaba muy entusiasmado con el país y se había puesto a estudiar chino. Pero yo le dije, “mira, tú eres joven y no creo que vayas a durar mucho en China”. Estábamos en un país que acababa de salir de la revolución cultural, que recién estaba abriéndose, y este joven intelectual limeño, impetuoso y frágil, se encontraba de pronto en medio de una sociedad completamente cerrada, llena de normas sobrentendidas y difusas, producto de una revolución demasiado puritana y pacata. Intuí la colisión que sobrevendría. Le aconsejé que se pusiera a estudiar inglés o francés y que intentara dar el salto de Pekín a París. “Si te quedas aquí en China te vas a morir”, le recalqué.

Tiempo después me enteré que efectivamente Julio Heredia se había afincado en Francia y que había publicado ese hermoso poemario que es el Libro de los muchachos chinos. Soy un lector voraz de poesía, pero no soy un crítico de poesía, no es mi campo, nunca he hecho un estudio riguroso de la poesía. Pero en tanto devorador de poesía, diré que mis impresiones respecto del Libro de los muchachos chinos me ponen desde el inicio frente a imágenes de muerte que, aunque muy bellas, son muy fuertes. Están en el primer poema del conjunto, titulado A mi hermano Miguel Portugal, donde se da cuenta de un quiebre moral ante la muerte inusitada de un amigo entrañable, pudiendo pensarse distraídamente que este texto no guarda relación con el cuerpo del libro, cuando por el contrario es el preámbulo y la razón de toda la aventura. Ese poema termina diciendo: “Voy hacia las gentes entre quienes van a vivir los hombres santos cuando escapan, voy a todas partes hacia ti (…) porque (…) a mi cera ha llegado la realidad de que el sol sale todavía por Oriente”. Entonces China es ese lejano Oriente donde el poeta va a encontrar a aquel amigo perdido y al antídoto de la muerte que es la vida.

¿Y qué más encuentra en ese Oriente? Encuentra los poemas que son esos muchachos chinos: el muchacho de Shandong, Li Ning, He Chingyü, Wu Zhiliang, Xiao Lu, etc. En términos generales veo aquí a un peruano de cultura (porque el peruano no puede ser occidental a la manera de un francés o un inglés o un norteamericano o un argentino) que ha operado en él mismo una simbiosis con lo chino, y no solamente por el deslumbramiento físico que le producen los muchachos chinos, sino también al asumir genuinamente la cultura y la tradición chinas. Julio incorpora a sus poemas elementos de la poesía tradicional china, pero trabajados con la concepción peruana (que ha asimilado lo más notable de la poesía occidental) y en ese sentido me parece que está en el linaje de Jorge Eduardo Eielson y César Moro. En ellos, a pesar de la influencia vanguardista de la gran poesía europea, el tono es netamente peruano, como en Vallejo, que habiéndose nutrido del arte occidental, logra una pulsación peruana.

La imagen que Heredia da aquí de Shanghai es lo más alejado que se pueda imaginar de la tarjeta postal del turista. Para un peruano la cultura china no puede ser exótica, como lo es para el europeo, menos lo puede ser para una sensibilidad tan afinada. Y aquí hablo por mi propia experiencia: para mí China nunca fue extraña, es una cultura que sentí en lo más hondo. No sé dónde estarán las raíces que nos unen a peruanos y chinos, pero es así. No es tampoco romántica la visión que tiene de Shanghai este poeta, es una imagen terrible del ser humano la que entrega.

Decía que cuando Julio Heredia llegó a China, el país que es en él mismo casi un continente, recién comenzaba a abrirse post revolución cultural y muerte de Mao Zedong. Entonces presentimos la rebeldía potencial que anidaba en la juventud estudiosa y citadina frente a un sistema demasiado restrictivo y conservador. Avistamos las exigencias de libertad. La rebelión estalló. Desgraciadamente, dos décadas después los extremos del neoliberalismo, que los ha inundado de todos sus vicios, los ha puesto nuevamente ante el fracaso.
Este poemario es el testimonio tierno y descarnado de la ilusión de esos jóvenes chinos.



A MI HERMANO MIGUEL PORTUGAL

Muchos habían sido los paisajes observados
en los tiempos precedentes. Tantos,
que ese día de las fiestas, a los 25,
me había llegado la vejez.
Pero ella no tenía esa chocha sonrisa desdentada
que juega con los niños ni su voz era la de los bufones
que con una misma palabra dicen otra y nos hacen reír.
Era flaca, de sabor a creso, fumaba porque no comía,
su corazón iba estropeando en llanto las cadencias,
provocaba vómitos y tenía ganas de cometer asesinato
en primera persona.
El escenario, según los asistentes,
no era una mala sorpresa.

Horas fueron ésas en que ya amaba nada porque el amor
había preferido ser la más imposible persona.
Y más allá de aquél, nada, las derrotas se seguían
porque más allá de mí estaban aquellos paisajes
observados : esa línea humana a la que el chico
había dirigido sus binoculares y su fe, tomaba
sinuosidades extranjeras de cuyos ascensos y descensos
al cielo y al infierno no estuve dispuesto a ser el eco.

Nada. Pero de pronto, ¿qué?, viene lo no previsible
hasta el inane que era yo. Tú.
Y lo no previsible es el milagro, ¿no?
Y mis nuevas decisiones fueron tomadas allí, sobre
tu hogar, segura tabla de las selvas aguajunas
sobre la mar más entorpecida. Tú, el árbol
más enraizado, el cierto, me hizo quedar
y sopló las brisas que me serenaran para seguir sobre
la trocha pues la convalecencia requería el oriente
más lejano y era bueno viajar, y era posible, porque
entre tanta pluma muerta había
un punto de partida claro :
Tu amistad.

¿Pero qué es esto en los umbrales? Estaba servida
la mesa ¿para el último encuentro? pero no llegué.
Sal Miguel de ahí, exijo entonces, que este juego
de escondidas no es sensual. Es sal. Sal que puedo
enloquecer porque ya no puedo llorar. Sal
porque tuve miedo y me regresé de la locura. ¿Qué es
esta dura mala sábila que alguien me arroja
en esta tumba de celebraciones en pleno corazón
de mi ciudad que me deja? Que estás muerto dicen
y no hago lágrimas porque sólo queda viaje para decidir.
Estás muerto, ¿entonces debo cambiar de camino?

¿Considerar que tus invocaciones han quedado viciadas
al irte tú a morir? ¿Es sensato que me apures
a oler, a ver, a palpar, a probar, y que a la vuelta
de la frase determines tu final aquí?
A diestra dicen que te mataron en batalla y te sepultan
en la categoría de los héroes. A siniestra dicen
que fuiste tú quien asesinó tu cuerpo y no quieren
complicaciones con la historia. Y mis oídos que no
quieren suciedad, saben que los dos versos
son una sola mentira vieja desde siempre.

Yo—lo lejos—Tú
Tú — lo que fue cercano — Yo
Y me digo (te digo) entonces:

mira toda esta combinación de geografías y de mares
mira los metales y las flores mira
los vaivenes de las piedras y amancaes mira
en nuestras razas todos los azares mira
en sus colores mi creencia innata que juntos
nos llevarían al matiz de la armonía mira
mi ciudad que supuse melodía mira
en mi país todo lo que abunda y que nunca
quise fuera la carnada mira mi ambición no sangrienta
de liberación mira mi canción tropezada por equivocación
mira que otra madre quise de la historia de los hombres

mira la gloria falaz en que se mueve el que se mata
en la repetición y no es capaz de dar con el motor
que nos expulse de la derrota de la flor mira mira
por favor que no hay belleza en el dolor gratuito
que la vida no es un deber fortuito mira
que mi anhelo es un paseo sanos todos bajo el cielo
mira que tierra abajo no débese poner ningún trabajo
y mira mi poema que es el mismo que parlotearan
todos los infantes pero que es otro
que ha matado el tema de antes.

¿Sabes ahora adónde voy? Voy hacia las gentes
entre quienes van a vivir los hombres
santos cuando escapan, voy a todas partes
hacia ti porque tus humores humanos
se han quedado en mí y afuera. Todo, todo, es diferente
porque tengo un pulso nuevo y a mi cera ha llegado
la realidad de que el sol sale todavía por oriente.



HE CHINGYÜ

Tus predios austeros te han fatigado, yo lo veo
en las brisas de arroz.
Y mides tu impotencia en la extensión de tu país,
que es la de la luz larga de tus ojos lentos.
Y frutos pocos deduces a tu tribu, a sus raíces
que son amarillas que son viejas, cuando
avistas al hombre de cielo y láser y a sus mujeres
rojas vestidas de oro negro y al chancho veloz
en que montan su quehacer que es su poder
que es su color que es
el del sol.

En aldea de montañas quedó tu adolescente amada,
me refieres, y que trajiste dolor.
No había allí lugar para tus números
como no lo hay aquí para los arces de ella :
es lo negro que en gato cruza una vez la ruta
de cada quien : pero los picos nevados no incrustan
la vida para matarla y por eso la tuya continúa
−como atrás la del arce que mama de la chica que protege−
y has encontrado compañera para la paz en este valle
que debes arar. Y he amado esa razón que sabe sacrificar
para la armonía.

Y he mirado también que has puesto a tus habilidades
a cuidar nuestra amistad sospechada inconveniente
por la institución que rige. Y mis pre-visiones
se han salvado y tus fábulas se han salvado
en nuestras calles interiores. Y es entonces que en ti
juzgo a tu pueblo de limpio y todo lo demás
es el avatar mío que es el del gitano. Y es entonces que
te digo, cuando mi observación es luz, que es esto
preferible a los espacios en que el Otro ha hecho
en su alta locura una ciencia que es como dios
que no es una casa feliz.

Porque me has alimentado y has de mí bebido. Porque
el de aquí y el de allá han visto que son uno.
Somos buenos ahora.


*Primera foto: de izquierda a derecha: David Kamt,Julio Heredia, Oswaldo Reynoso y Víctor Ruiz de Velasco.

*Segunda Foto: David Kamt,Julio Heredia, Oswaldo Reynoso



1 comentario:

zhao hai dijo...

Felicitaciones a Julio Heredia !!!

Al respecto, les recomiendo este blog: http://davidkamt.blogspot.com/