Nacida en Ayacucho, Perú, en 1981, Cecilia Podestá tiene una voz que como un arma dulce e implacable va cortando la realidad real y penetrando los caminos sembrados de imágenes oníricas y neblinosas. Autora de una poesía conversacional, narrativa, pero al mismo tiempo sumergida en las raíces del ensueño, Podestá tiene la virtud de una suprema valentía, a prueba de gritos y asechanzas extremas.
Más allá del miedo, están su vocación y su talento, ellos la acompañan en su diaria batalla por vencer sus fobias y fantasmas, y encarar las calles con rotunda firmeza. Presentamos fragmentos de su libro próximo a aparecer bajo el título “Reino de sal”.
Ha publicado los poemarios “Fotografías Escritas (Premio Dedo Crítico Poesía 2002, reeditado en el 2007 y 2008), “La Primera Anunciación” (Ajos y Zafiros 2006), “Muro de Carne” (2008). También ha publicado la pieza dramática Las “Mujeres de la Caja” (2003) y “Desaparecida” (libro de intervención, 2008). Dirige el sello editorial Tranvías Editores.
De “REINO DE SAL”
(*)
te hubiera amado sin tocarte, sin conocerte,
solo imaginando como tu cuerpo se convertía en una barca
que se hundía para destruir sus heridas
bajo la luz absoluta de la noche sobre el agua.
pero no fuiste hecho para recibir luz y conservarla.
(*)
me llevaste a tu casa.
me pediste que colocara mis cosas, mis telares, mi risa y su eco
que ahí viviría contigo,
ahí, donde esa mujer se había arrastrado para ti.
vi lo que quedó de su piel rodeando mis pies.
su amor eran las ramas secas
que se retiraban por el ruido de mi cuerpo
sobre el tuyo.
reconocí un único trono, un único reino
en el que las ratas tragaron de mis cabellos y de los tuyos.
un único reino, un único trono y ratas.
aproveché tu sonrisa fascinada por mi baile desnudo entre los telares
y quemamos juntos esa casa para construir otra.
salimos los dos, riendo
celebrando el fuego
inventando felices una vida cimentada por las ratas
que seguían a su rey.
debieron haber ardido también las viejas historias en ese puerto de miseria, pero sólo se quemaron las flores de papel que ella había dejado para ti.
(*)
de pronto, el amor fue un animal violento extendido bajo la mesa
lamiendo nuestros pies.
lamentabas que yo no tuviera bajo el axila el olor a humo y sal.
o que no haya tenido un pasado miserable.
me culpaste por haber vestido lujosamente,
por no haber pasado hambre
y por haber vivido en un palacio.
no sabías que dentro de ese palacio
también el amor era un animal que devoraba cada uno de mis huesos
cuando los dejaba ya sin carne secándose bajo el sol.
ahora yo lamentaba la transformación de tus ojos
en las ratas súbditos
que dormían y parían amablemente entre mis cabellos.
tu amor
era el opio que me echabas a la cara
junto a las telas con las que pretendí ahorcarme más de una vez.
entonces me extendí sobre el cuerpo de otro y lo amé.
(*)
y caminé como si dejara una gran ciudad en decadencia,
ya sin luz
rodeada por el sonido del agua que espera con paciencia para destruir.
era tuyo el reino, tuyo el trono
y la corona llena de cada ojo hirviendo en desprecio.
estabas rodeado de las ratas henchidas
que dormían a tus pies
después de haber devorado al hombre del puerto
y su gran amor.
caminé, hasta que el paisaje se hizo borroso.
volteé a verte con crueldad
lanzando para ti y como una red la peor
y la más desgraciada de las maldiciones
y vi como se convertían tú y tus lacayos,
tú y tu reino,
tú
y el cuerpo servido del que te amó como banquete para tus animales;
en la sal por la que te vendiste,
la que cubrió y envileció tu hambre,
y la que hizo miserable a cada hombre o mujer que te tocó.
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