sábado, 4 de abril de 2009

CONTRA SEÑAS: SANTA LOCURA

Hay algo de ángeles.
Y algo de locos.
Y algo de poetas.
Algo de caer azules
Sobre los mares incoloros.
La noche y su destino.
La luna y su cobijo.
Seco mis ropas al sol de la costumbre.
Para que canten.
Para que sean libres.
Y yo canto”.

(JCDF)


Detrás de la locura, hay un sueño que la realidad quiere matar; hay un perseguidor y un perseguido, un exterminador de palabras y de imágenes que corre detrás de la metáfora humana que nos expresa y nos revela.

Recuerdo las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo, su terca vocación artística con la que lograba vencer la esquizofrenia, para trazar sobre el lienzo los colores perfectos de su alma libre; al genial poeta austriaco Paul Celan y a su esposa Gisèle Celan-Lestrange, unidos por un proyecto de poesía y grabados, con el que intentaron transmitir el testimonio de ese otro lado que es igualmente el de todos; recuerdo el final de este encuentro artístico, en las palabras descarnadas que Emil Ciorán escribe en uno de sus diarios: "Anoche, en una cena, me enteré de que habían internado a Paul Celan en una casa de salud, después de que intentara degollar a su mujer”. Recuerdo a Raúl Gómez Jattin gritando la belleza en las plazas públicas, pero advirtiéndole a la gente (que consideraba su hermana) que no se le acercara, por el peligro potencial que él representaba; al peruano Guillermo Chirinos Cúneo, internado quince años en una clínica psiquiátrica, a quien conocí en su casa de Bellavista en el Callao, acompañado de fantasmas, de escaleras y memorias que me rodearon de pronto y paralizaron el flash de la fotógrafa que entonces me acompañaba (en ese reino, la lucidez y la locura marchaban al mismo compás, pero en esa oportunidad nos habló la primera), y recuerdo asimismo los libros autografiados de Leopoldo María Panero, poeta internado reiteradas veces en los sanatorios de la realidad y retornado del infierno, que me enviaba generosamente mi amiga Flor Rodríguez desde Madrid. Por último, recuerdo a ese gigante sobre el que corren todos estos caballos soñados y la piel del mundo susurra o estalla como un canto de sol, recuerdo a Fiedrich Hölderlin vagando alucinado por la vida en busca de Susette, su amor imposible, a quien elevó a la categoría mito poético y bautizó para siempre como Diotima. Y me detengo en Hölderlin porque es el poeta de los poetas y de los artistas, es el santo de la locura: “Pero a nosotros nos toca, a nosotros poetas, / permanecer bajo la tormenta de Dios con la cabeza desnuda, / apresar con nuestra propia mano el rayo del padre / y alcanzarle al pueblo, envuelto en canto, / el don celestial”. Héridos y frágiles, derrotados frente a la práctica implacable de una sociedad que corre a pesar de los demás y también se detiene a pesar de los demás, con pasos que hunden muchas veces la belleza, la verdad y la vida. El loco, el raro es solamente un ser cualquiera, es cualquier cosa: un hoyo aparecido en el camino, tapado en forma constante por mensajes vacuos, basados en irrealidades políticamente correctas; para que nadie se fije en él, para que nadie se descubra en él, para que nadie se fije en nadie. Y podría seguir nombrando a estos ángeles de viento que proclaman la verdad por donde van y que en eso no son ni serán nunca derrotados. Me pongo a su lado por un momento, me sumerjo en los ojos asustados de Hölderlin, en la actitud angelical de Celan, en la mirada de niño de Jattin y me pregunto cómo es posible que el ser humano trate así a la belleza, a la memoria, a la verdad. Quizás el loco es el que más nos recuerda que no estamos solos, y que aún siendo distintos, podemos ser iguales en el mundo. Y esto es lo que más nos asusta. “Ese hombre encantador e insoportable, feroz y con accesos de dulzura, al que yo estimaba y rehuía, por miedo a herirlo, pues todo lo hería…”, agregaba Ciorán en uno de sus diarios sobre el genial poeta austriaco. Porque a Ciorán, el pensador implacable y duro, esta vida lo hería también, y lo hería con saña, con maldad. Esta vida que amamos locamente, y a la que se pretende imponer la endemoniada cordura de la muerte.




Dulce Pontes intepreta “Balada para un loco” de Astor Piazzolla


No hay comentarios: