martes, 14 de julio de 2009

ELIZABETH BISHOP: EL HOMBRE POLILLA

Reconocida como una auténtica renovadora de la poesía estadounidense contemporánea, Elizabeth Bishop (1911-1979), tras ganar en 1946 el premio Houghton Mifflin Prize de poesía publicó el notable “North & South”, del que sólo se imprimieron mil ejemplares. Uno de los textos emblemáticos de este poemario es The Man-Moth (El hombre polilla), auténtica y radical metáfora del hombre moderno enfrentado a una realidad despiadada que lo obliga a resguardar del mundo y de los otros sus verdaderos sentimientos, que son precisamente aquellos que lo hacen más frágil, más vulnerable, es decir, más humano que nunca. Felizmente, como la propia poeta lo dice -con esa belleza de la que ella sigue siendo capaz de enaltecernos- siempre habrá un espacio para el asombro, para la sorpresa, para la poesía. Bishop fue distinguida como poeta laureada de los Estados Unidos (1949-1950) y obtuvo el Premio Pulitzer en 1956.



El hombre polilla


Aquí, arriba,
las grietas de los edificios se llenan de desmesurada luz de luna.
Toda la sombra total del hombre es sólo tan grande como su sombrero.
Yace a sus pies y semeja a un círculo donde puede pararse una muñeca
y él es como un alfiler invertido, la imantada punta hacia la luna.
No ve la luna; observa solamente sus infinitas propiedades,
y siente la extraña luz sobre sus manos, ni cálida ni fría,
una temperatura imposible de registrar en termómetros.

Pero cuando el Hombre Polilla
hace sus raras y ocasionales visitas a la superficie,
la luna parece muy distinta. Emerge
desde una abertura bajo el borde de una de las aceras
y nervioso comienza a escalar las caras de los edificios.
Piensa que la luna es un agujero en lo alto del cielo,
demostrando que la protección del cielo es del todo inútil.
Tiembla, pero debe investigar hasta dónde puede escalar.

Por las fachadas,
arrastra tras de sí su sombra como un trapo de fotógrafo,
sube con miedo, pensando que esta vez conseguirá
meter su pequeña cabeza en esa abertura redonda y limpia
y ser arrastrado a través de ella como por un tubo en
volutas negras contra la luz.
( El hombre, parado debajo de él, no se hace esas ilusiones.)
Pero el Hombre Polilla debe hacer lo que más teme, aunque,
claro, fracase, y caiga asustado pero sin lastimarse apenas.

Entonces vuelve
a los pálidos subterráneos de cemento a los que llama casa.
Revolotea, se agita, y no puede montarse en los trenes silenciosos
con la celeridad que le convendría. Las puertas se cierran rápidamente.
El hombre polilla siempre se sienta en sentido contrario
y el tren arranca de inmediato, a toda velocidad,
sin cambiar de marchas ni moverse gradualmente.
No puede calcular la velocidad a la que viaja hacia atrás.

Cada noche debe
Ser transportado a través de túneles artificiales y tener sueños recurrentes.
Así como las traviesas se repiten bajo su tren, éstas subyacen
en su precipitado cerebro. No se atreve a mirar por la ventana,
porque el tercer raíl, la intacta corriente de veneno,
corre ahí a su lado. La mira como a una enfermedad
cuya susceptibilidad ha heredado. Tiene que llevar
las manos en los bolsillos, como otros deben llevar mitones.

Si lo atrapas,
ilumínale los ojos con una linterna. Es todo pupila negra,
una noche entera en sí misma, cuyo horizonte de pelos se
contrae cuando él devuelve la mirada y cierra los ojos. Entonces, de
los párpados se desliza, como el aguijón de una abeja, una lágrima, su única posesión.
Se la enjuga con disimulo, y si no estás atento
se la tragará. Pero si lo vigilas, te la entregará,
fría como de manantiales subterráneos y lo bastante pura para ser bebida.



The Man- Moth


Here, above,
cracks in the buildings are filled with battered moonlight.
The whole shadow of Man is only as big as his hat.
It lies at his feet like a circle for a doll to stand on,
and he makes an inverted pin, the point magnetized to the moon.
He does not see the moon; he observes only her vast properties,
feeling the queer light on his hands, neither warm nor cold,
of a temperature impossible to record in thermometers.
But when the Man-Moth
pays his rare, although occasional, visits to the surface,
the moon looks rather different to him. He emerges
from an opening under the edge of one of the sidewalks,
and nervously begins to scale the faces of the buildings.
He thinks the moon is a small hole at the top of the sky,
proving the sky quite useless for protection.
He trembles, but must investigate as high as he can climb.

Up the façades,
his shadow dragging like a photographer´s cloth behind him,
he climbs fearfully, thinking that this time he will manage
to push his small head through that round clean opening
and be forced through, as from a tube, in black scrolls on the light.
( Man, standing below him, has no such illusions.)
But what the Man-Moth fears most he must do, although
he fails, of course, and falls back scared but quite unhurt.
Then he returns
to the pale subways of cement he calls his home. He flits,
he flutters, and cannot get aboard the silent trains
fast enough to suit him. The doors close swiftly.
The Man- Moth always seats himself facing the wrong way
and the train starts at once at its full, terrible speed,
without a shift in gears or a gradation of any sort.
He cannot tell the rate at which he travels backwards.

Each night he must
be carried through artificial tunnels and dream recurrent dreams.
Just as the ties recur beneath his train, these underlie
his rushing brain. He does not dare look out the window;
for the third rail, the unbroken draught of poison,
runs there beside him. He regards is as a disease
he has inherited the susceptibility to. He has to keep
his hands in his pockets, as others must wear mufflers.

If you catch him,
hold up a flashlight to his eye. It´s all dark pupil,
an entire night itself, whose haired horizon tightens
as he stares back, and closes up the eye. Then from the lids
one tear, his only possession, like the bee´s sting, slips.
Slyly he palms it, and if you´re not paying attention
he´ll swallow it. However, if you watch, he´ll hand it over,
cool as from underground springs and pure enough to drink.

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