El poeta Carlos López Degregori (Lima, 1952) ha regresado hace poco de Nicaragua, donde participó activamente en el VI Festival Internacional de Poesía, que tuvo lugar en la ciudad de Granada del 14 al 21 de febrero.
Comencé a leer a López Degregri en el año ’79, cuando un ex integrante del grupo La Sagrada Familia –al que el poeta perteneció en un momento- me entregó un ejemplar de Un buen día (1978), ese buen y extraño primer libro escrito durante su estadía en la Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia, centro de estudios en el que siguió la carrera de Literatura: “Un buen día / nos descubrimos en el agua / Y decidimos nacer muy lentamente”.
Y a partir de este descubrimiento y esta decisión. López Degregori se ha mantenido fiel a la palabra y a la verdad poética, a la singularidad de su poesía, fresca y directa, pero profunda como el agua de ese océano del cual bebe frecuentemente.
López Degregori ha realizado también estudios de Posgrado en España. Ha publicado los poemarios Las conversiones (1983), Una casa en la sombra (1986), Cielo forzado (1988), El amor rudimentario (1990), Lejos de todas partes (1994), Aquí descansa nadie (1998), Retratos de un caído resplandor (2002), Flama y respiración (2005) y El hilo negro (2008).
Sus poemas figuran en importantes antologías peruanas e hispanoamericanas. Ha publicado también ensayos dedicados a la poesía peruana e hispanoamericana en diversas revistas del Perú y el extranjero y en volúmenes colectivos.
Este año publicará un nuevo poemario Una mesa en la espesura del bosque, del que nos ofrece el siguiente poema a manera de anticipo.
LA IMPREGNACIÓN
Esta mañana abrí el cajón
y allí estaba
inexplicable.
Quedaron grabados en el lino
los ojos incongruentes
mirando
lo que no se debe mirar,
la pendiente fina y recta de la nariz
cosida de espinas,
los pómulos abiertos en dos enormes lunas,
los caminos de la frente trazados por un clavo deseoso
y la boca entreabierta como si aún respirara
o tratara de devolverme una palabra definitiva.
Sigo con mis dedos la forma de los pechos,
el contorno amoroso del vientre,
las piernas como dos largas y engañosas azucenas
que se adentraran en la sombra.
Paso mis labios por la tela:
la estrujo, la soplo, la acaricio
y en una forma de cortejo imposible
me cubro con ella.
Eso es todo.
Esta santa sábana no es mi salvación
ni mi fidelidad
o mi reliquia privada de Turín.
Nada quedó de tu cuerpo:
ninguna voz o luz,
ni siquiera un hueso para soplar una extraña música,
ningún bulto de carne,
ninguna historia:
sólo estos signos en la muda superficie
que parecen trazados por las uñas o los dientes de un ángel
y este aire sangre linfa
impregnados
en cada hebra viva de la tela
como un anuncio de mi condenación.
1 comentario:
Buen poema, gracias a Noticias del Interior por la difusion permanente de excelente produccion poetica.
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