AZUFRE
Dejo caer de mis manos
piedras redondas como espuma por mi boca
tienes las manos heladas
un vacío en la cabeza y el estomago me estalla
deja tus manos así, frente a la chimenea
en este juego se podría subastar mi cabeza
mis pies se reparten entre mis huellas
tus manos heladas, cúbretelas
la espuma forma charcos
y los otros cuerpos son limpiados
con arena fina y cal
pon tus manos cerca del fuego
el tablero es un mapa de laberintos
la radiografía de mis extremidades
podrían ser depósito de cruces
y vertedero de azufre.
SIMULACRO
Cuanto más lúgubre
más merecido
con la pared disfrazada de espejo
¿habrás sido una vez más
un nombre que levanto
contra la nada o
un simulacro que me
invento con palabras?
Mientras todos me llaman
loca
ciega
porque todo esto es peligroso
este vacío es vertiginoso
las metáforas
saltan hacia mí
como arañas venenosas
y sigo siendo el insecto
aprehendido,
hecho posible alimento,
frío y agrio;
mientras que seres
se destrozan bajo mis patas
dejándome una fina inútil
lluvia de polillas muertas.
Vencida por la lucha,
la sensación del zarpazo
en pleno vientre
cede siempre
a la inercia.
Sé que volveré
a vivir
por la mañana
en la oscura comprensión
que buscaré con armas inútiles
frente al espejo,
estas estarán allí;
rondando,
como rondan
las larvas
el círculo mágico,
que intentan
entrar
en mi secuencia ilógica.
SINGULAR
Yo y la que fui
tenemos una sola mano
con la que acariciamos
la miseria de nuestro estómago,
maldecimos el alimento
nunca probado,
maldecimos las sobras
abrazamos la quietud de nuestro estómago
rasgando su textura.
Sabemos del hambre y de sus designios,
como el hastío
y todas sus formas.
Es terrible convivir con otra
compartir la carencia,
es inevitable conservar
la sensación de
ser cazador o presa.
Aquí ya nadie
está a salvo.
Yo y la que fui
tenemos dos bocas
dos corazones
dos ojos
y sólo conocemos
el hambre
egoísta
en singular.
REDENCIÓN
La noche nació acéfala
ni siquiera tenía pies
ni manos,
pero antes de nacer
me escupió este poema
desde dónde emergía
su propia existencia.
Nadie sabe si has muerto
si vives respirando de mi mismo pulmón
ya no sé qué hacer con este anochecer
que no conoce tu dirección
ni de esquinas vacías;
estas aves que me pican el hígado cuando desapareces
sólo la locura me acompañará siempre.
Debería cambiarme el nombre,
decir que me llamo Rosa o María,
debería decirte que soy tan común como aquellas,
debería ocultar mi lado más vulnerable
y no correr por los pasillos tratando de escapar.
Es que yo aún no conozco de máscaras
ni del peso de mi nombre extraño,
aún no sé qué hacer
con mi humanidad redimida y aumentada.
Hoy intenté ofrecer mi cuerpo
en el ritual más pagano
mientras intentaba vendarme los ojos
y resbalar frente al acero;
caí en tu recuerdo,
en el iris de tu furia
y el estruendo
me despertó
antes de haber olvidado mi nombre
y mi verbo contestatario.
La noche me cubría
con tus mil brazos imaginarios,
la noche emergía
con la muerte de mis sueños,
detrás de las sábanas
la sangre se diluía
en mi sudor,
los relojes contenían tu mirada líquida
clavada en mi sien
y supe que tenía que hacerte esta declaración
antes que las agujas del reloj
volaran sobre mi cabeza y
facilitaran mi deceso;
tenía que perdOnarme
la muerte súbita,
crear este manifiesto
aunque no naciera en mis entrañas
sabía que debía nacer de ambos
sabía que debía nacer aunque sea
en este abatido corazón…
Hoy he recontado mis intentos suicidas
he desertado de todos
ni bien empezaba por alguno
aparecía tu sombra
apagando todas mis velas
y mi tripulación asustada huía como las ratas.
Hoy he naufragado
en la costa más agreste
he luchado con cíclopes
y piratas sin convicción
he desenvainado la espada
frente a fantasmas sin nombre,
bestias marinas
y noches tubulares y lascivas:
he resultado vencedora.
Les he escupido este poema,
tu poema
y les he dicho a todos mis enemigos
que mi escudo lleva tu nombre,
les he dicho que si me matan
Seguirás tú
y ellos:
mis hijos.
Les he dicho
que mi inocencia
se durmió en tus sábanas
y terminó ahogándose
en el sabor salado de mi soledad
y a nadie podría haberle
narrado este testimonio
y si te ofrezco este manifiesto
será la única vez que le cuente a alguien
que hará de mi muerte
su redención
mi propia redención:
nuestra redención.
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Indira L. Anampa Santa Cruz (Lima 1989). Estudia Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad San Martín de Porres. Pertenece al colectivo Comunidad Poesía en el Sur (Villa El Salvador-Lima). Ha publicado la plaqueta Noche en Marte (Ángeles de Papel Editores, Lima 2009) y en diversas antologías y medios literarios, además de haber participado en recitales nacionales e internacionales. Poemas suyos aparecen en la Primera Muestra Colectiva de Lima Sur (Villa El Salvador, Lima). Ha sido colocutora radial del espacio de literatura y arte, Solo para locos, en radio Planicie. Próximamente publicará el poemario Patricia Leyton.
1 comentario:
Muy buenos poemas,
un abrazo
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