Recientemente, Miguel Ángel Sánz Chung (Lima, 1979) presentó el libro doble “La casa amarilla” / “La casa abandonada” (con hermosa edición de Lustra editores), compuesta por textos que a la manera de espejos-destinos trasciende la visión unilateral del mundo para mostrarnos los diversos ángulos en los que se desenvuelve la conciencia humana. Es un libro, sin lugar a dudas, muy recomendable (vamos recién por la segunda lectura). Miguel, quien vive en España, no has remitido un breve recorrido por sus libros anteriores y nos ha entregado dos textos inéditos, que a continuación les ofrecemos.
El poeta estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue cofundador del grupo de creación y publicación literaria Sociedad Elefante. Ha publicado los poemarios La Voz de la Manada (2002), Quien las hojas (2007), Paciente 164 (2009) y “La casa amarilla” / “La casa abandonada” (2011).
CISNE
Ahora que el cuerpo yace tendido,
inerte tras la salvaje tortura,
todos se miran absortos,
desnudos y deformes,
cada uno ve en el otro
el reflejo vacío de su mirada,
de su malicia.
Cuando tuvieron la oportunidad,
posaron sus estériles patas
sobre el interminable cuello
y apretaron con todo su odio
hasta estrangularlo.
Enajenados, como las peores bestias,
no dudaron un segundo
hasta acabar con el último hilo de aire,
que ahora perfora sus oídos
como el silbo de una flecha
que nunca termina por llegar.
Las plumas,
que aún flotan sobre sus cabezas
como testimonio de la violencia,
una a una se posan sobre sus cuerpos,
como las ardientes esquirlas
de una vida silenciada.
A pesar de ello,
no esbozan ni una mueca
de arrepentimiento.
El mundo seguirá su curso
como lo ha hecho siempre,
y el paisaje, apenas si ha sufrido
una leve transformación:
en un paraje discreto
un Cisne negro yace tendido
en medio de todos los Cisnes blancos
que lo mataron.
(De: “La voz de la manada”)
VI
El árbol es el sueño,
la utopía.
La hoja sobre el suelo,
bocarriba,
justo cerca de mi cuerpo,
es lo único real.
Infinitas veces esta hoja habrá intentado caer
bocabajo, para ovillarse como un armadillo,
para cerrarse sobre sí misma como una pequeña
esfera, como una piedra insignificante que pase
desapercibida; bocabajo, para lograr ser algo
o nada que se pierda entre la maleza, entre el pasto
seco, sin que nadie se dé cuenta de su presencia.
Porque bocabajo nadie te conoce; sólo reconocen
otra espalda, otro lomo. Bocabajo nadie sabe cuál
es la forma de tu rostro, ni si tienes los puños
cerrados, si apretas los dientes, si frotas el cemento
con la frente o con los ojos. Bocabajo pueden
ahogarse hasta los gemidos; hasta las lágrimas
pueden sorberse bocabajo.
Y esta hoja lo sabe. Y yo sé que todo este tiempo
ella ha estado retorciéndose como una tortuga,
pataleando desesperada, mostrando -para su
humillación- las estrías de su vientre a los paseantes,
a los perros, a los insectos.
Bocabajo nadie reconocería el dolor en su rostro;
hasta la muerte podría llegar y no sabría si allá abajo
es tiempo de tormentas en la frente o si el sol ilumina
un cielo despejado. Bocabajo no estaría obligada a
mirar el mundo, ni el mundo podría mirarla, totalmente
desnuda, sobre la acera.
El árbol no existe.
El bullicio de sus ramas
es puro rumor,
sólo mentira.
La hoja sobre el suelo,
bocarriba,
es lo único real.
Justo cerca de mi cuerpo,
apenas a un metro de mis manos,
pero sólo a unos centímetros de mi pie.
Y el impulso de posar todo mi peso
sobre su cuerpo,
para sentir el placer de oír cómo crujen,
uno por uno,
todos sus huesos,
es algo que me es imposible evitar.
Y ella lo sabe,
pero no lo entiende,
ni me perdona;
para que ello fuera posible,
tal vez le habría hecho falta
poder andar sobre dos piernas.
(De "Quien las hojas")
DOS POEMAS INÉDITOS
ARTE RUPESTRE
Este cubil es necesario para sembrar nuestros vellos como flores silvestres para quitarnos la
cáscara de los miembros como la piel sobrante de las frutas para encorvarnos sobre el plato
de carne como si nosotros mismos lo hubiéramos cazado para enmarañarnos sobre la cama
como feroces depredadores con dientes de leche para desparramarnos sobre los muebles
como guerreros sacrificados por el enemigo invisible para quedar catatónicos mirando la
pantalla como los primeros pobladores frente a una lluvia de estrellas para retozar bajo el
agua como animales heridos que olvidaron lamerse para gruñirnos cada dos por tres como
macho alfa y hembra madre para reunirnos a la medianoche y rezar a cambio de favores
esenciales para desplomarnos inconscientes hasta que los gemidos vuelvan a sobresaltarnos
para grabar estas líneas y dar fe de nuestras costumbres mientras aguardamos el momento de
reunirnos de nuevo
MANANTIAL
El esperma cae en mi mano
como una mancha de pintura sobre el lienzo;
cometa blanco que se estrella
con el firmamento rosa de mi carne.
Un día más los surcos de mi palma
cobijan los sudores del hombre sediento
(cuando no es agua lo que se necesita
tampoco es agua lo que se toma).
Miro con desazón mis propios frutos,
semillas que nunca he de arrojar a la tierra,
sangre que no extraigo de las venas
y que arrojo por inercia y sin dolor.
No hallo sentido alguno en su presencia,
en su forma, en su textura, en su olor;
no encuentro ninguna respuesta
en su temblor continuo,
en su movimiento pendular
cuando lo vuelco bocabajo.
Sin comprenderlo,
acepto su existencia fugaz.
Aguardo con paciencia
a que culmine su transformación
en baba transparente,
me enjuago las manos bajo el grifo
y me seco sin dejar resto
de nostalgia sobre la piel.
Tengo el presentimiento
que en el centro de mi cuerpo hay un manantial
que crece sin medida ni contención,
y que detrás de esa fuente también hay otra
(en su día mucho mayor)
que ahora se está a punto de agotar.
Cultura. Literatura. Poesía. Miguel Ángel Sanz Chung.
3 comentarios:
Interesante autor y obra.
Saludos.
Gracias, Jorge.
Gracias, Jorge.
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