sábado, 23 de octubre de 2010

Diana Bellessi: “Los críticos todavía no saben qué hacer con la poesía”





Antes de ganar el prestigioso Premio Ciudad de Melilla en España, con el libro Variaciones de la luz, la poeta argentina Diana Bellessi ofreció una entrevista en el marco de la feria de Frankfurt. Les recomiendo leer el texto de Franco Torchia y apreciar el video difundido por la revista Ñ.


Diana Bellessi y los fragmentos de un jardín. Es inescindible una cosa de la otra cuando la experiencia es la de ir a su encuentro. Frankfurt, causa y objeto del Especial Multimedia de Ñ, va quedando atrás. En esa manzana de Palermo, la botánica convive, estratégicamente, con la justa percusión de un músico. La poesía es, definitivamente, una decisión del tiempo y del espacio. Una negociación justa entre dos factores que, mínimamente expresados, multiplican. Por algo ocurre. Por algo es.
La tarde impone, entre otros, un tema cada vez más insoslayable: la crítica literaria y su relación, histórica, difícil, con la poesía. “El aparato crítico argentino se crió en una universidad vaciada por la dictadura. Así  se lo privó del género” comenzará diciendo Bellessi. “La poesía, al no editarse en editoriales con alguna distribución asegurada, tampoco fue tomada por la academia como objeto de estudio. No fue enseñada, no fue leída y 40 años después no saben qué hacer con la poesía”. La pregunta venía a cuenta de la edición de “Aquí, América Latina” (Eterna Cadencia, 2010) de la investigadora Josefina Ludmer, seguramente la única (¿y última?) esperanza crítica en un panorama de lecturas que depende, todavía, de los aplastantes manuales de Benjamin (“Iluminaciones II. Poesía y capitalismo”) y Julia Kristeva (“La Revolution du Langage Poétique”).
“La poesía es un género tan sencillo como la narrativa, pero usa algunos procedimientos que requieren una observancia de cosas para poder tocarlas, sentirlas. Es como si te hubieras criado dentro del realismo: ves algo contemporáneo, del siglo XX, y no sabés qué es eso". Por eso, entre realistas y contemporáneos, Diana Bellessi advierte que “Todo es fruto y producto del mismo asunto”, y  asegura “Yo no creo en la maravillosa independencia marginal de la poesía, que se sacan 200 ejemplares que se reparten entre tus cuatro amigos; que a su vez son lo que leen y dicen ´Esto me gusta´, ´Esto no me gusta´”. El tema, es evidente, enciende su interés. Y el discurso, de tan lírico, se vuelve directo: “Eso lleva a un lugar de encierro, muy antidemocrático. Y de pobreza para la propia poesía. Yo creo que una circulación del género, un encuentro con el lector y un retorno a la lectura crítica del género son la condición sine qua non para la salud de la poesía”. 


“El matadero” de Esteban Echeverría; la “gran” excursión de Mansilla tras los platos de arroz con leche de su tío Rosas; la obra siempre olvidada de Libertad  Demitrópulos, la narrativa de Griselda Gambaro y Liliana Bodoc, y en el centro, Antonio Di Benedetto han sido las lecturas que, desde una extrema narratividad, le enseñaron a Belessi a hacer poesía: “Me han enseñado lo que le enseñan a cualquiera: qué es esto del mundo y cómo vemos el mundo.”
Luego, sí, un mapa estrictamente poético se configura con “los poetas que he leído a los 16 y que vuelvo a leer ahora con la misma emoción, como Francisco Madariaga; Juan Gelman, que fue muy importante en un momento de mi vida; (Alberto) Girri. Son poetas muy diferentes, con facturas y propósitos muy diferentes. Por supuesto que Olga Orozco; también Amelia Biagioni; Susana Thénon; y después mis contemporáneos: (Arturo) Carrera, (Néstor) Perlongher; Mirta Rosenberg y Noemí Bernardello.
Un listado de rigor que, ya en plena fuga del sol de septiembre, arroja un puñado de sentencias casi antológicas, en las que la posibilidad de otro manual (uno nuevo, ahora sí) de poesía contemporánea, se vuelve viable: “La poesía hace una cosa rara con el tiempo: porque la narrativa establece la duración del tiempo. El otro día me enteré que el colibrí es la única avecilla que puede volar hacia atrás. Y la poesía hace algo parecido: va hacia atrás y hacia adelante; y te lo da todo en la simultaneidad de un pequeño cuerpo. A mí me gustaría que lo que escribo sea de una simpleza total. Que, como las coplas, vaya directo a la cabeza y al corazón”.
He construido un jardín...
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.

Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.

Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.



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