En 1953, Ernesto Sabato (1911-2010) publicó Heterodoxia, un libro en el que expone libremente su visión sobre una serie de temas esenciales, temas que en adelante irá desarrollando en sus obras siguientes. En este libro hay una parte dedicada a la escritura de El túnel su primera novela publicada en 1948. Los dejamos con algunos extractos de Heterodoxia, en homenaje a la partida o llegada de Sabato ocurrida hoy -según dicen- en Buenos Aires, Argentina.
SOBRE EL TÚNEL. Mientras escribía esta novela, arrastrado por sentimientos confusos e impulsos inconscientes, muchas veces me detenía perplejo a juzgar lo que estaba saliendo, tan distinto de lo que había previsto. Y, sobre todo, me intrigaba la creciente importancia que iban tomando los celos y el problema de la posesión física. Mi idea inicial era escribir un cuento, el relato de un pintor que se volvía loco al no poder comunicarse con nadie, ni siquiera con la mujer que parecía haberlo entendido a través de su pintura. Pero al seguir al personaje, me encontré con que se desviaba considerablemente de este tema metafísico para “descender” a problemas casi triviales de sexo, celos y crímenes. Esa derivación no me agradó nada y repetidas veces pensé abandonar un relato que se apartaba tan decididamente de lo que me había propuesto. Más tarde comprendí la raíz del fenómeno. Es que los seres de carne y hueso no pueden nunca representar las angustias metafísicas al estado de ideas puras: lo hacen siempre encarnando esas ideas, oscureciéndolas de sentimientos y pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos imprevisibles, aun para el mismo escritor que sirve de intermediario entre ese extraño mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue sus dramas. Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos, la soledad metafísica se transforma en el aislamiento de un hombre concreto en una ciudad concreta, la desesperación metafísica se trasforma en celos, y el cuento que parecía destinado a ilustrar un problema metafísico se convierte en una novela de pasión y de crimen. Castel trata de apoderarse de la realidad-mujer mediante el sexo. ¡Pero es tan vano ese empeño! Adopté la narración en primera persona, después de muchos ensayos, porque era la única técnica que me permitía dar la sensación de la realidad externa tal como la vemos cotidianamente, desde un corazón y una cabeza, desde una subjetividad total. De manera que el mundo externo apareciera al lector como al existente: como una imprecisa fantasmagoría que se escapa de entre nuestros dedos y razonamientos. (Y hay críticos que me han reprochado cierta imprecisión fantasmagórica en el mundo exterior a Castel.) Por fin, cuando el protagonista mata a su amante, realiza un último intento de apoderarse de ella, de fijarla para toda la eternidad.
EL ARTISTA Y LA FEMENIDAD REPRIMIDA. Según Jung llevamos en nuestro inconsciente, más o menos reprimido, el sexo contrario. Si esta teoría es cierta, las creaciones más vinculadas a la inconsciencia, como la poesía y el arte, serían expresiones de su feminidad. Y, en efecto, ¿qué más femenino que el arte, aunque (o porque) sea realizado por hombres? El artista sería así una combinación de la conciencia y razón del hombre con la inconsciencia y la intuición de la mujer. Si en esa combinación predomina la inconsciencia, el arte es romántico. Si predomina la conciencia, es clásico. Lo romántico es así lo femenino, lo irracional, lo ondulado y
misterioso. Lo clásico es, en cambio, lo masculino, lo racional, lo rectilíneo, lo explicable.
EL FAMOSO BUEN USO GRAMATICAL. Una persona respetuosa de la Gramática jamás incurriría en una frase como “Hoy hacen, señor, según mi cuenta, un mes y cuatro días...”. Esta bárbara falta de concordancia, esta conversión de acusativo en sujeto, es un indicio de mala educación gramatical. Aunque tal vez pueda ser un indicio del desdén que Cervantes tenía por los pedantes. Tratándose de ese autor, la mayor parte de los preceptores se pondrán, o se habrán puesto ya —la lectura de gramáticas no es mi pasión—, a buscarle alguna justificación lógica o editorial. Y, en última instancia, no faltará quien eleve esa falta al rango de excepción aconsejada por “el buen uso”. Ese célebre buen uso, tan fácil de percibir unos cuantos siglos después, cuando se tienen todas las garantías de que ese aventurero que escribía en el cárcel era un genio literario. Porque con las incorrecciones gramaticales pasa como con los golpes de Estado: si sus ejecutantes fracasan, el golpe es titulado “siniestra intentona” y sus jefes calificados de “bandoleros”; pero si triunfan, señala una fecha histórica y sus jefes se convierten en héroes y modelos patrióticos que deben ser imitados.
LENGUAJE VIVIENTE. La gramática oscila entre sus pretensiones lógicas y sus convenciones venerables, extremos que no ofrecen la menor defensa, ya que ni la gramática puede fundarse en la lógica, ni las convenciones son inmutables. Desde Humboldt se sabe que el idioma no es ergon, sino enérgeia, no producto hecho, sino actividad, energía viva en perpetua transformación. Las categorías gramaticales, lejos de ser la expresión de categorías lógicas, apenas son la petrificación de hechos psicológicos. Es inútil, pues, que los profesores nos vengan con sus ucases. Es inútil que la Academia Española nos prohíba usar la apócope recién si no es con un participio pasado, porque desde Sarmiento no hay un buen escritor argentino que no la use, así como siguen escribiendo inmiscuyo y agilizar. ¿Y quién, que no sea un incurable pedante, va a decir en nuestro país solecito, mamaíta y cieguezuelo? Después de todo, siempre se es bárbaro respecto de algo, como Dante lo fue respecto del latín. Siendo así, quedémonos con los barbarismos vivientes y expresivos, en vez de llenarnos la boca con barbarismos antiguos. Esos mismos preceptores que hoy nos abruman con Dante, lo habrían criticado de haber sido sus contemporáneos por su empeño de expresarse en dialecto vulgar, cuando tenía a su alcance el fijo, limpio y esplendoroso latín. Pero Dante les habría vuelto la espalda in gran dispitto, pues sabía que el único lenguaje del artista es el viviente, el lenguaje en que se vive, se ama y se muere; ya que en los instantes esenciales de nuestra existencia todos mostramos estar hechos con idéntica materia: modesta, precaria, popular. Cuando el estudiante culterano fue sacudido por Pantagruel, el miedo lo volvió auténtico y comenzó a gritar en dialecto lemosín. Muchos escritores prefieren emplear palabras presuntuosas, en parte porque a nadie le gusta mostrar a las claras que lo que dice es una trivialidad, y además porque detrás de esos ruidos no hay ni auténtica vida ni auténtica muerte: no hay más que “literatura”. El verdadero creador, en cambio, hará como el poeta castellano, que decía:
Quiero fer la pasión del señor sant Laurent en romanz, que la pueda saber toda la gent.
LITERATOS. “La profesión de escritor tiene su lado penoso, que consiste en que el trabajo lo obliga a uno a mezclarse con una serie de literatos. Para guardar las apariencias, una o dos veces al año, hay que concurrir a una reunión a pasar varias horas en compañía de críticos, autores radiales y gente que lee libros. Todos ellos hablan una jerga que sólo pueden entender los literatos. Únicamente después de proceder a una purificación de fondo puede uno recobrarse y caminar con la cabeza en alto, como un ser humano.” (E. Caldwell.)
“Dios os libre, lectores, de chocar con un literato, con un genuino y estricto literato, con un profesional de las letras, con un ebanista de prosa barnizada. Será una de las mayores desgracias que pueda sobreveniros.” (Unamuno.)
PALABRAS. Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas.
ESCRIBIR LO NECESARIO. No es que me repugne lo extenso: me repugna lo extendido, que no es lo mismo.
OTROS.
“Por desgracia, los siglos no terminan al mismo tiempo para todos, y así como Nietzsche fue un hombre del siglo XX, así pululan en nuestro tiempo los habitantes del siglo XIX”.
“El hombre va de la realidad a lo descabellado, centrífugamente.
La mujer, de lo descabellado a la realidad, centrípetamente”.