jueves, 26 de febrero de 2009

HOKUSHI

Escribo, borro, reescribo,
borro otra vez, y entonces
florece una amapola.


(poeta japonés, 1718)

Sylvia Plath: MÁS ALLÁ DEL DOLOR

Siempre que se habla de Sylvia Plath se alude de forma invariable a su suicidio y a su relación permanente con el dolor. Nunca a su actitud frente a la poesía, que fue su auténtica forma de vivir. A más de cuarenta y cinco años de su partida, su poesía sigue triunfando sobre la muerte.



En octubre de 1962, Sylvia Plath vive circunstancias especialmente dolorosas. A su aparente divorcio de la vida se suma la ruptura de su matrimonio con el poeta inglés Ted Hughes. Quedan con ella sus hijos, su amor, su casa. Pero también está a su lado una vieja y definitiva compañera: la muerte.

Se siente indefensa contra esta presencia. Las emociones la golpean desbocadas como piedras materializadas por la soledad. Sin embargo, en esta época es que Silvia da a luz la mayor parte de los poemas de su libro “Ariel”, considerado por la crítica como su aporte más contundente a la poesía mundial del siglo XX.

En una de las cartas que escribe a su madre, la poeta estadounidense, nacida el 27 de octubre de 1932, dice: “Todos los días, cuando se me pasan los efectos de las pastillas de dormir, me levanto a eso de las cinco, me instalo en el estudio con un café y escribo desaforadamente; cada día antes del desayuno he terminado un poema. Todos poemas para un libro. Una cosa tremenda, como si la domesticidad me hubiese asfixiado”.

Expuesta a la fragilidad a la que la sometían los acontecimientos y a su particular fragilidad de poeta, Sylvia vive sin embargo el mayor de los sucesos. La intensidad abre todos sus nudos. Se desata incontrolablemente la poesía. De octubre de 1962 a febrero de 1963, es poseida por una incontrolable fiebre creativa, semejante a la que sintieran en su tiempo Rainer María Rilke, cuando en su torre de alucinado escribió de modo simultáneo “Las elegías de Duino” y “Los sonetos de Orfeo”, o César Vallejo durante el proceso de creación de su mayor libro, “Poemas Humanos”.

La poeta ha superado su circunstancia, su ego, para abrir paso a la voz de la poesía. Porque para Silvia Plath la poesía como catarsis –en tanto que evacuación espiritual- no existe. No existe catarsis espiritual. La catarsis no es poesía. Es aquí donde la poeta pone a prueba su grandeza para elevarse sobre ella y escribir sobre su propio dolor: “Sea este ojo águila; / un abismo la sombra de este labio” (Gulliver) o “Blanca/Godiva, / me despojo / de manos muertas y muertos aprietos. // Y ahora me hago espuma de trigo, centelleo de mares” (Ariel).

Sí, en verdad está poseída por la fuerza de la creación y con ella se sobrepone a sus disturbios interiores. Desde esa necesaria distancia aborda mediante la escritura la revelación de lo presente. Así, el poema es lo presente que describe lo pasado, porque sólo lo que ha pasado es distante, lo que podemos ver desde lejos; o lo futuro -que es también la visión de lo distante-.

El poema, entonces, es lo que se vive a través de lo que se está viviendo o lo que se vivirá, aunque estos dos aspectos sean la materia prima del poema. El poema es el presente que se construye desde el pasado o desde el futuro. Sylvia se depoja de la vida para dejar sólo ecos y palabras: “Hachas / a cuyo golpe la madera resuena, / ¡y los ecos! / Ecos que se desplazan / desde el centro como caballos” (Palabras).

Hermana de Stephan Mallarmé, la poeta parece repetir lo que aquel le dijo cierta vez a Degas para deslindar cualquier intento de atribuirle una importancia desmedida a cualquier elementos extrapoético: “Sabe usted, diga lo que digan, la poesía se escribe con palabras”. Porque si hay un cuerpo que realmente importa a la poesía es el lenguaje, el verdadero cuerpo que se entrega íntegro al camino desconocido del lector. Cuerpo de palabras.

Sólo de esta forma, Sylvia Plath hace que el pasado se vuelva presente y el futuro también. Pues si el pasado se volviese pasado, no habría poesía; y lo mismo pasaría con el futuro. No se puede escribir desde el dolor mismo, hay que distanciarse del dolor o hay que pre-sentirlo. Y aunque se escriba sobre un dolor ya pasado, siempre será otro dolor, el dolor poético, no el dolor del poeta. El dolor del poeta no es poesía. El dolor del poema, sí.

“La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo
muerto muestra la sonrisa de la realización”
(...)
“sus pies
desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó”.
(Filo).

Sylvia Plath trascendió el dolor y no se ahogó en él. No escribió un diario sobre su tragedia, porque un libro de poemas escrito desde el dolor del poeta es sólo un diario traicionado.



La voz en poesía





DADDY

Ya no me quedas no me calzas más
zapato negro, nunca más.
Allí dentro vivía como un pie
durante treintaitantos años, pobre y blanca,
sin atreverme a respirar ni decir achú.

Papacito he tenido que liquidarte.
Estabas muerto antes de que hubiese tenido tiempo
Pesado como mármol, talega llena de Dios,
estatua lúgubre una sola pezuña parda
Grande como un sello de San Francisco.

Una sola cabeza sobre el caprichoso Atlántico
Donde derrama granos verdes sobre el azul
Aguas afuera de la hermosa Nauset.
Me acostumbré a rezar para que volvieras.
Ach, du.

En la lengua alemana, en el pueblo polaco,
Raídos, nivelados por la aplanadora
De las guerras, las guerras, las guerras.
Pero el nombre del pueblo no es extraño.
Dice mi amigo el polaco.

Que hay más de una docena
De modo que no puedo acertar dónde
Tú pusiste la planta, tu raíz,
Yo nunca pude hablarte
Se me pegaba la lengua al paladar.

Se trabó en una trampa alambrada de púas
Ich, ich, yo, yo.
Apenas si podía hablar,
Creía que todo alemán eras tú
Y el obsceno lenguaje

Una máquina, era una máquina
Insultándome como a una judía.
Otro judío a Dachau, Auschwitz, Belsen.
Como judía empecé a hablar
Y pienso que muy bien judía puedo ser.

Las nieves del Tirol, la cerveza de Viena
No son tan puras ni tan auténticas.
Con mi linaje gitano y mi extraña suerte
Y mi mazo de Tarot, mis cartas de Tarot
Muy bien puedo ser algo judía.

Siempre te he tenido a ti
Con tu Luftwaffe, con tu glugluglú,
Y tu recortado bigote
Y tu ojo ario, azul celeste.
Hombre-panzer. Oh, tú...

No Dios, sino una esvástica
Tan negra que ningún cielo podría cernirse.
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, el brutal
brutal corazón de una bestia como tú.

De pie estás en la pizarra, papi,
En la fotografía que tengo de ti,
Una hendidura en la barbilla
En vez de en tu pie.
Pero no menos demonio por eso, no,
No menos que el hombre de negro.

Que puso freno a mi lindo y rojo corazón
Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.

Pero me sacaron de la talega
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.

Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.


He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.

Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito: escúchame bastardo, acabada estoy.

(Sylvia Plath)

domingo, 22 de febrero de 2009

BUENA PARTIDA


Kina Malpartida: campeona muldial de box (Foto google imágenes)




Leo emocionado la noticia: Kina Malpartida, peruana de estirpe, acaba de ganar el título mundial de la categoría Pluma, al vencer por K.O. en el décimo round de la pelea a la norteamericana Maureen Shea, hasta ese momento favorita de la contienda.

La pelea, realizada en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, demuestra una vez más que, golpe a golpe, los peruanos se abren paso en el mundo, pero sobre todo las peruanas. Hace poco hemos tenido otra grata noticia por el triunfo en Berlín de la cineasta Claudia Llosa, con la película “Las teta asustada”, protagonizada por la actriz Magaly Solier.

Entonces, recuerdo que Armando Robles Godoy declaró irónicamente para El Comercio: “Tenemos más posibilidades que en el fútbol”, para abrir paso a la verdad dicha frente a frente. Jorge Luis Borges detestaba el futbol pues consideraba ridículo ver a once hombres persiguiendo a una pelota, el box en cambio le parecía un deporte asociado más a lo humano, la capacidad de vencer cara a cara nuestro propio miedo y el que nos genera la presencia agresiva del otro. Pero eso ya es otro tema.

La importancia del triunfo de Kina está más allá de géneros antropológicos, biológicos, literarios, deportivos, está en el corazón de cada peruano y se establece con fuerza para levantar nuestra autoestima. Muy buena partida hacia lo grande: gracias Kina Malpartida. Ahora el éxito bendice a las mujeres y a lo que ellas representan: la persistencia, la verdad y la disciplina, perdónenme los hombres y las mujeres mismas, pero yo no estoy hablando de absolutos.

La mamá de Kina, desde la mágica Urubamba, ha declarado que: "Cuando uno trabaja y se dedica a su pasión con la determinación que ella le ha puesto se merece todo lo logrado contra viento y marea. Nada le ha sido fácil y la han llamado a hacer esta pelea por sus éxitos".

"Que mis hijos sigan sus sueños es lo más importante, nunca decidí interferir en sus decisiones y en lo que querían hacer”, ha dicho finalmente Susy Dyson, la madre, la confidente. La suerte está con las mujeres. La suerte está con el Perú. La suerte está con todos aquellos que la queremos cerca, dentro nuestro, creciendo como un país o una nueva oportunidad de cambiar.

Sin sueños no hay vida, sin su búsqueda no hay movimiento en el cosmos, ni felicidad. Nos acercamos a ellos a medida que transitamos, pero entre tanto seamos felices intentándolo o felices porque lo intentamos. “Grande Kina, las mujeres peruanas nacen para campeonas”, dice un e-mail que comenta la noticia en la web de Radioprogramas del Perú. Por Kina, podemos ser campeones, es más, ya somos campeones –me digo, mientras escucho en silencio todos los aplausos del mundo-.




No le tengo miedo a nadie





Más sobre Kina


sábado, 21 de febrero de 2009

PENSAR CON TODO EL CUERPO


Este año se cumplen ciento veinte años del nacimiento de Ludwig Wittgenstein, quien dedicó su vida a reflexionar sobre el lenguaje, y revoluciónó la forma de ver y expresar al mundo.



“¡Nunca antes he visto pensar a una persona!", exclamó desconcertado un joven filósofo luego de salir de una de las conferencias que Ludwig Wittgenstein dictaba a un pequeño círculo de alumnos en la universidad de Cambridge. Y es que dicen que este extraño personaje, nacido en Viena el 26 de abril de 1889, no sólo pensaba en voz alta sino que lo hacía con todo el cuerpo. Recostado sobre el piso y contemplando infinitamente el cielorraso, mientras desarrollaba un tema, creaba mediante gestos y palabras decisivas, una forma de comunicación que más allá de un carácter histriónico, hacía emerger un lenguaje con las dudas, las certezas, el dolor y la alegría que sólo se asemejan al nacimiento de un nuevo ser.

Wittgenstein concebía la filosofía como praxis analítica y crítica del lenguaje, como un estilo de vida y una visión del mundo. Para él se trataba de la búsqueda de la claridad en medio de las sombras enfermas del lenguaje, porque consideraba que lo importante no era hacer filosofía, sino filosofar. Y a ello dedicó toda su vida.

Proveniente de un hogar de clase alta, su destino parecía estar signado por el mundo de los negocios. Su padre era uno de los empresarios más ricos de su país y pretendía que sus hijos –Ludwig Wittgenstein era el menor de ocho hermanos- se dedicaran a cuidar y aumentar el poder económico de la familia. Raro, desde siempre, el filósofo transitaría, sin embargo, un camino distinto y tendría el coraje de asumir su propia historia, con todo el peso y el peligro que eso significaba.

Tras una lucha por dedicarse a la música se vio obligado a abandonar sus cualidades artísticas, pero tuvo más tarde la determinación de dejar a un lado la carrera de ingeniero para estudiar filosofía. Y luego, al explotar la primera guerra mundial, se enroló en las filas del ejército para poner a prueba su carácter. Fue el comienzo de una vida que en adelante tendría al estoicismo como su principio rector. En un campo italiano de prisioneros de guerra, pudo vencer las carencias que le imponía la realidad para escribir la primera de sus dos obras fundamentales: “El tractatus”. Aprovechando la escasa paz que su circunstancia le deparaba comenzó a dar forma a sus pensamientos, a su auténtica visión del mundo. Labró en un campo seco y a fuerza de hacerlo, hizo brotar allí, en medio de la oscuridad, la claridad de sus ideas. Terminada la guerra, el resultado de sus pensamientos vería la luz, primero en una revista, y luego bajo la forma de libro, precisamente en un año mágico, 1922.

Ese año -en el que también aparecieron otras obras fundamentales como el Ulises de Joyce, Trilce de Vallejo, Tierra Baldía de T.S. Eliot y muchas más- fue publicado como libro, en Inglaterra, “El tractatus”. A través de un pequeño ámbito de 20 mil palabras intentó resolver los problemas cardinales de la filosofía.

"El Tractatus" puede resumirse en lo siguiente. “Todo lo que puede ser pensado puede ser pensado claramente. Todo lo que puede ser expresado en palabras puede ser expresado claramente”: “El mundo se divide en hechos”. Y es que Wittgenstein consideró que lo importante era el lenguaje de los hechos, el que es susceptible de ser expresado, y para trazar este mapa de la realidad se basó en la lógica, a partir de la cual señaló que una proposición lógica y lo que describe tienen la misma forma, y que por eso una proposición es la imagen del mundo, el lenguaje sólo es posible en cuanto puede expresar algo, lo que no se expresa no existe.

Contradictoriamente, el filósofo consideraba que lo más importante de su libro era lo que no decía. Y esta semilla sería más tarde la base de su segundo libro fundamental, “Estudios filosóficos”, obra que lamentablemente el autor no llegó a ver publicada.

En sus "Estudios Filosóficos", Wittgenstein se sale de la rigidez de “El tractatus”, en el que considera que existe un único mapa del lenguaje, para abrirse a un espacio más amplio en el que pueden coexistir muchos mapas, sólo identificables mediante lo que él llama los “juegos del lenguaje”. Estos juegos son múltiples y cada uno de ellos sólo tiene un sentido justo, cuando se aplica a una determinada situación humana.

“Nuestro lenguaje –dice el filósofo- puede ser considerado como una ciudad antigua: un laberinto de pequeñas calles y plazas, de casas nuevas y viejas, y casas con agregados de distintos periodos; y todo esto rodeado por una multitud de barrios nuevos con calles regulares y con casas uniformes”. En pocas palabras, nuestro lenguaje es un laberinto por el que hay que saber desplazarse a través de las palabras para encontrar la salida de la comunicación.

Por ello, es muy importante considerar esa “forma de vida” a la que Wittgenstein se había referido antes de sus estudios filosóficos, en su denominado “Cuaderno Azul”: “imaginar un lenguaje es imaginar una forma de vida (…) hablar de un lenguaje es participar de una forma de vida con un determinado modo de pensar y vivir. La “forma de vida” como actitud fundamental de la persona que habla, está implicada en el uso del lenguaje”.

El lenguaje tiene muchos mapas, porque hay muchas formas de vida. Para comunicarse el ser humano no pude pensar su vida en soledad sino en convivencia, y tiene que jugar para encontrar el modo eficaz de transmitir una idea, un sentimiento, una parte de su existencia. Una dinámica de viento nos habita. En el laberinto plano del desierto con sus palmeras advenedizas o en las extensas, enigmáticas o nítidas bifurcaciones de los cerros, los caminos y las estaciones. Tanto interna como externamente, todo eso nos domina y debemos dominar en parte para poder realizarnos a través del lenguaje. Intentos permanentes de libertad para expresar nuestro ser.

Después de una serie de encuentros y desencuentros, hallazgos y extravíos, el hombre que en “El tractatus” escribió: “Todo lo que puede ser expresado en palabras, puede ser expresado claramente”, fue capaz de lanzar al mundo un último y definitivo mensaje, antes de morir en Inglaterra el 29 de abril de 1951: “Díganle a todos que he tenido una vida maravillosa”.


(De "Contra Señas")

sábado, 14 de febrero de 2009

Huidobro o la búsqueda del mundo anterior

“Hace poco, en Madrid, fue develada una placa en honor de uno de los mayores poetas hispanoamericanos de todos los tiempos. La placa dice: "En esta casa vivió en 1918 el poeta chileno Vicente Huidobro, fundador del Creacionismo y renovador de la poesía en español". En el mencionado año, Huidobro se instaló en el número 6 de la céntrica Plaza de Oriente, próximo al Teatro Real. Cerca de su placa hay otra que recuerda que en el mismo edificio vivió, en 1863, otro inquilino memorable, Giuseppe Verdi, mientras dirigía su ópera “La forza del destino", en el Teatro Real.


El creacionismo de Vicente Huidobro no fue realmente una escuela, ni siquiera un movimiento literario; fue más bien una vuelta a los orígenes de la poesía, a los tiempos en que no era necesario buscar, porque vivíamos inmersos en el hallazgo. Eso es la obra de Huidobro. No un acto contemplativo, sino la certeza de que la dinámica creativa nos distancia de este mundo, para remitirnos a otro en el que las palabras recuperan su significado esencial y las imágenes vuelven a presentarse por primera vez.

Desde sus textos iniciales el poeta pugna contra una concepción de la vida, que se distancia de la vida misma. Así corre el año 1914, cuando publica el libro “Pasando y pasando”, una visión anticlerical que motiva su expulsión del colegio de San Ignacio, en Santiago de Chile, y la determinación de su progenitor de quemar la edición.

El orden que le impone el mundo es, para él, un verdadero desorden. Años después viaja a París y de allí a Madrid. Entonces decide otorgar a sus ideas un soporte teórico sólido, producto de valiosos encuentros con célebres personajes de la época, artistas como él, entre los que se hallan Reverdy, Juan Gris, Breton y Apollinaire. En los trabajos de este último encuentra, probablemente, un punto de partida para la estructuración de sus ideas estéticas. La poesía visual de Huidobro posee una estrecha vinculación con los caligramas de Apollinaire, y sus imágenes parecen ser una especie de representación de la realidad a través de los signos del lenguaje, como aquél célebre poema llamado “La capilla aldeana”, cuyos versos semejan precisamente un oratorio.

Para Huidobro: “Las palabras tienen un genio recóndito, un pasado mágico que sólo el poeta sabe descubrir porque él siempre vuelve a la fuente”. Y es que, solamente despojando a las cosas de sus nombres y regresando al momento en que mantenían una comunicación directa con el hombre, vía sensaciones o actos concretos, el creador recobra un mundo perdido para la poesía, de donde la “palabra interna” emerge, limpia, “pues la poesía es un desafío a la razón” y “la única razón posible”.

Por eso, lucha contra las convenciones del sistema. Vuelve a Chile, su tierra de origen, y emprende una lucha tenaz contra los representantes de lo establecido. Animado por un sector de estudiantes en quienes ve, tal vez, a personas no contaminadas aún por la razón, participa como candidato a la presidencia de la república en el años 1925; e inicia además una crítica implacable contra los sectores políticos de entonces. Víctima de las agresiones verbales y físicas de sus opositores e ignorado por los medios de comunicación masiva, fracasa en su carrera hacia el gobierno, pero ha cumplido su cometido: “Sacudir el amodorramiento de la siesta española”, según sostiene antes de abandonar su país.

Nuevamente en Europa, retoma un trabajo iniciado en 1919 y lo publica en 1931 bajo el título de “Altazor o El viaje en paracaídas”, texto en siete cantos, en el que se encuentran plasmadas sus reflexiones sobre el arte de la poesía y es latente el testimonio de un itinerario terco, apasionado, inacabable por reductos de la palabra, por el interior de las cosas, en el que él mismo se pregunta: “¿Cómo podré dormir mientras haya adentro / tierras desconocidas” y afirma, después: “Sólo en las afueras de la vida / se puede plantar una pequeña ilusión”. Como si este viaje, a veces inconcluso, fuese su único sentido existencial y llevara dentro una “…angustia de lo absoluto y de la perfección / Angustia desolada que atraviesa las órbitas perdidas” y lo dejase caer, sin parar, “al fondo de la sombra”.

En 1948, el poeta muere de una hemorragia cerebral causada por las complicaciones de una herida sufrida en 1944, cuando junto con las tropas aliadas ingresa a tomar posesión de Berlín. Durante este suceso, logra apoderarse nada más y nada menos que del teléfono personal que Hitler utilizaba para trasmitir sus apocalípticos mandatos. Quizás, tomar control de este objeto, sea la última gran metáfora biográfica de Huidobro: recobrar el sentido primigenio de las cosas, antes de que las palabras nacieran.


(De "Contra Señas")



Verdi: Obertura de "La Forza del destino”


Overtura de "La forza del destino”



LA FORZA DEL DESTINO
Giuseppe Verdi (1813 – 1901)
Libretto : Francesco Maria Piave y Antonio Ghislanzoni

Ópera en 3 actos
Obertura
Orquesta de la Metropolitan Opera de Nueva York
Dirige el maestro James Lévine (1984)

viernes, 6 de febrero de 2009

Contando a Cortázar



RETRATO: Entrevista imaginaria


Veinticinco años después de su muerte, la editorial alfaguara lanzará en mayo próximo “Papeles inesperados”, un libro que contiene 500 páginas inéditas del notable escritor argentino. Estos textos fueron hallados por su viuda, Aurora Bernárdez, en una cómoda de la vieja casa del autor de “Rayuela”. Motivo para rendirle este pequeño homenaje.





-Hace rato lo espera –dijo el mozo del Berisso, uno de los pocos cafés de Lima en el que aún se puede conversar largamente, sin las mezquindades propias del transcurso del tiempo. Luego, señaló una de las mesas.

-Julio Cortázar –me acerqué

Me extendió una mano enorme y venosa, en cuyo tamaño la mía casi se perdió. Recién en ese momento comprendí por qué razón no había podido verlo antes. Estaba en todas partes y por eso mismo parecía no estar en ninguna. También me dí cuenta de que no estábamos precisamente en el Berisso, y que el mozo no era el mozo sino el propio Cortázar señalándose a sí mismo. Miré su rostro, entre el sueño y la lucidez, el niño y el adulto, el juego y la seriedad.

Pidió una botella de agua mineral, y yo una taza de café. Nos sentamos en silencio, como quien de pronto se detiene a esperar la llegada de las palabras. Sus palabras llegaron.

-He venido sólo un rato –dijo- y lamentablemente no hay mucho tiempo para hablar. Y después de una pausa agregó:

-Pero sé que, curiosamente, las verdades más vividas, las revelaciones más auténticas, han sido casi siempre expresadas en simples aserciones o imágenes de una relampagueante brevedad. Si los rayos durarán media hora...

Le dije entonces que sería breve, y que más que un diálogo académico, lo que quería era saber cuál era era su concepción del trabajo literario. Comencé por preguntarle por Rayuela. Cerró un momento los ojos como recorriendo el interior de su historia, los abrió nuevamente y creí ver en él a otra persona más joven.

-Bueno, mi libro ha tenido una gran repercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta que en él se los invita a acabar con las tradiciones literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad. Esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora.

-Pero tú muestras al parecer una gran preocupación por Latinoamérica, y sin embargo has vivido más treinta años en Francia -le dije.

-Es cierto. A veces me he preguntado qué hubiera sido de mi obra de haberme quedado en la Argentina: sé que hubiera seguido escribiendo, porque no sirvo para otra cosa. Pero a juzgar por lo que llevaba hecho hasta el momento de marcharme de mi país, me inclino a suponer que habría seguido por la concurrida vía del escapismo intelectual. De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad.

-Entonces eres un escritor comprometido –dije-

Cortázar río un instante.

-Compromiso... esa palabra inevitable. Uno siempre está comprometido con alguien. Aunque sea con uno mismo.

Luego, como quien nunca se aprovecha de la debilidad del derrotado, regresó a una aparente formalidad.

-Jamás escribiré expresamente para nadie, minorías o mayorías. La repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea. Y sin embargo hoy sé que escribo para, que hay una intencionalidad que apunta a esa esperanza de un lector en el que reside ya la semilla del hombre futuro.

-Sí, en verdad eres un hombre esperanzado y optimista –afirmé.

-No me creas demasiado optimista –replicó, con los ojos inmensamente abiertos-.

Dicho esto, se embarcó en una extraña emoción, sólo entendible a través de su rostro. Sus ojos parecían abarcar el tiempo desde sus más antiguas raíces.

-El proceso duele. Y a veces, hay ciertas imposibilidades difíciles de desterrar. Te confieso algo: no sé escribir cuando algo me duele tanto. No soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente.

-Pero eres un escritor terco –afirmé-, terco a pesar de que muchos te han condenado por tu posición ideológica, y algunos, como Borges en un momento, declararon que por eso no podían ser tus amigos.

-Mira –dijo con cierta nostalgía- aunque Borges estaba más ciego ante la realidad del mundo, yo seguí teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas. Me temo que esa posición no sería entendida por los que pretenden que el escritor sea como un ladrillo, con todas las aristas a la vista, el paralelepípedo macizo que sólo puede ajustarse a otro paralelepípedo. No sirvo para hacer paredes, me gusta más echarlas abajo.

-Pero, te repito, muchos te han condenado, muchos te odian –insistí.

Cortázar, que para entonces había crecido aún más y estaba más joven que nunca, levantó una de sus enormes manos, me palmeó la espalda y terminó diciendo:

-El odio, amigo mío, digan lo que digan, no engendra talento.

Y ya no lo ví después. Me descubrí solo, en el Berisso, hojeando Rayuela y unas cartas escritas por Cortázar a Roberto Fernández Retamar, entre 1964 y 1981. Y me pregunté insistentemente si aquello que dijeron de su muerte era verdad, porque, por lo visto, no estaría muerto nunca. Y salí de mis dudas cuando el mozo –el verdadero mozo- a quién llamé con voz aún confusa para preguntar cuánto debía, me mostró entusiasta un libro autografiado por Cortázar. Y me dijo, sonriente y cómplice, que este antes de irse había cancelado la cuenta.

("De "Contra Señas")

lunes, 2 de febrero de 2009

La vida a pedazos


El “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa


En una carta escrita en 1914 a su amigo Armando Cortes-Rodriguez, Fernando Pessoa le confiesa: “Mi estado de espíritu me obliga ahora a trabajar mucho sin querer, en el “Libro del desasosiego”, pero todo es fragmentos, fragmentos, fragmentos”. Lo que en ese momento es para el poeta un síntoma de imposibilidad para construir un discurso lineal e integrador de la realidad se constituiría con el devenir de los años en una de las mayores aventuras totalizadoras de la literatura del siglo XX.

Nacido en Lisboa en 1988, Pessoa es el autor portugués más importante del siglo pasado. En una especie de ausencia voluntaria apenas llegó a publicar una ínfima parte de su obra, la que luego alcanzó renombre universal tras su muerte ocurrida en 1935, cuando tenía 47 años.

En vida, Pessoa nunca fue considerado un escritor en el estricto sentido de la palabra. Era un ser esencialmente solitario, incluso a pesar suyo. Sólo se le conoce un amor, Ofelia, con quien nunca llegó a formalizar una relación; no se casó, no dejó descendientes, bienes ni testamento; no tuvo casa propia ni diploma alguno; no tuvo filiación política o religiosa, y trabajó toda su vida como traductor de cartas comerciales en empleos nada perdurables.

Un baúl secreto, cuidadosamente dispuesto y ordenado por el autor, fue el lugar elegido por este para guardar aquellas las luces memorables que años más tarde alumbrarían los territorios de la poesía. Como en una especie de teatro de personajes secretos, estaban allí presentes, esperando el momento de darse a conocer al mundo, sus famosos heterónimos: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis, escritores salidos de la mente y el corazón de Pessoa, pero con una vida y una visión de la existencia diferentes, casi opuestas a las de su creador.

Para Pessoa, una obra heterónima es la de un autor fuera de su persona, en la que el personaje tiene una personalidad diferente a la de éste y que forma parte de una forma de drama: “un drama en gente en vez de actos”, según escribió el propio poeta. Pessoa vivía mirando pasar la vida y al hacerlo construía mundos paralelos en los cuales lo que no existe es lo que realmente tiene vida; aparece, se perpetúa, desaparece para estar presente en el texto.

Todos sus heterónimos fueron poetas singulares. Caiero, de Campos y Reis tienen existencia propia, al margen de Pessoa, incluso son superiores a los poemas que su autor publicó alcanzó a publicar con su propio nombre. Pero hay uno, a quien llamó un “semi-heterónimo” que casi es el mismo Pessoa y por igual motivo es lo que el poeta nunca pudo controlar, como sí lo hizo con sus auténticos heterónimos: Bernardo Soares, un tenedor de libros que, sobrepasando los límites que su creador le imponía, fue primero su discípulo para luego convertirse en su auténtico maestro.

Bernardo Soares constituye el alter ego de Fernando Pessoa y al mismo tiempo su obra cumbre, la que discurre libremente más allá de las supuestas posibilidades del autor y toma de él los caminos que este ni siquiera es capaz de imaginar. Soares es el que escribe la obra cumbre, el “Libro del desasosiego” y lleva a su autor por los pedazos, las astillas, los vestigios de un sueño que sólo Soares era capaz de soñar: el sueño de Pessoa, que es al mismo tiempo el sueño de nadie y, por eso mismo, el de todos.

El “Libro del desasosiego” constituye una forma de atrapar la realidad y trascenderla a través de fragmentos, fragmentos que son semillas sembradas en un campo fértil y que crecen en la vida como árboles auténticos, para retratar la vastedad de un bosque: el mundo.

“En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi autobiografía sin hechos, mi historia sin vida. Son mis confesiones y si en ellos nada digo, es que nada tengo que decir”, escribió el poeta.

Más allá de las determinaciones de Pessoa –siempre dispuesto a trazar un esquema sistemático de la existencia- el “Libro del desasosiego” representa aquello que como la vida tiene un camino que en verdad no lo tiene y como tal está constituido por múltiples rostros, voces, paisajes, en fin por sentimientos que se desatan porque al hacerlo encuentran la única forma de estar juntos, reunidos en un espacio en el que confluyen todos los seres humanos, como si un fuego (juego) verbal lo convocase en torno a su propia vida: seres que por fin han hallado su verdadero rostro y que ahora tienen la posibilidad de mirarse, de ser mirados y de mirar a los otros como si fuera realmente la primera vez.


(De "Contra Señas)

Historia de una pintura

Una avenida, una banca, un niño sentado que llora. A su lado la gente corre como la lluvia. La ciudad está seca. El pintor recoge cada una de estas imágenes y les otorga un color. En su lienzo imaginario traza la forma de su cuadro ideal. Delinea la noche, la tarde, la mañana que el niño lloró. Se acaba el día. El pintor guarda la vida. Recoge su indumentaria de oficinista y, camino a casa, intenta avanzar en el cuadro que ya empezó a pintar. Llega la casa, el sueño. Comienza el día siguiente. Si lo sorprendiera la muerte, dónde quedaría el cuadro, se pregunta. Hoy comprará un lienzo, unos colores, un verdadero pincel. Al regresar a casa pintará el cuadro. No habrá día siguiente. Estará despierto hasta donde sea necesario estar despierto. Tal vez toda la vida.


(De “Micro Climas”)